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CAJITAS, PIEDRAS Y CAL

Cada vez que una palabra se le muere en los labios, cada lágrima que se escapaba inoportuna, docenas de besos al aire o los suspiros ahogados en la garganta.
Todos eran recogidos en cajitas de cerillas.
Le costaba encontrar el tamaño justo de las piedras y siempre iba con un botecito lleno de pintura blanca de cal en el bolsillo.
Todos recibían una pequeña sepultura en aquel claro en el monte.
Se alinean ya por cientos. Sabiendo que allí se escondía un tesoro, hormigas laboriosas limpiaban de hojas y ramitas aquel cementerio en la enramada.

EL CAMINO

El abuelo había juntado las piedras y había pintado aquella raya blanca que indicaba el mejor camino por el que llegar a la playa. Justo a cualquiera de los dos lados las piedras eran planas y se caminaba seguro; pero sus herederos interpretaron aquella línea como una frontera, una línea de separación, y comenzaron las disputas por aquel pedregal que en plena fiebre urbanística se convirtió en un apetecible bocado para las urbanizadoras de la zona.

El lugar tenia unas vistas magníficas sobre el mar y las ofertas fueron sustanciosas, pero ninguno de los herederos iba a dar su brazo a torcer pensando que el otro se iba a quedar con la parte más grande o con la mejor. Así, por suerte, aquel trozo de costa permaneció virgen. Años más tarde, cuando las leyes se decidieron a proteger el litoral, uno de los nietos de aquel hombre que había pintado un camino, entendió por fin el sentir de su abuelo y plantó una señal en forma de flecha justo donde nacía aquella raya blanca. En ella estaba escrito: A LA PLAYA. 

LINDE

He conocido la frontera
entre la soledad y la locura
el miedo dibujando
miles de espantos con mi cabello
y los azotes lacerantes del silencio
he conocido la frontera...
raya diminuta
llena de vacío