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SEPTIEMBRE


TEATRAVEL

Pues he aquí nuestra Catedral. Una magnífica obra de la arquitectura barroca. Fue construida hacia el año 1648 según trazas del maestro Lucas Fondón, uno de los grandes. La fachada, algo posterior, es un auténtico retablo pétreo de Gregorio Crespo. El Barroco es la supremacía de la curva y los muros cóncavos o convexos frente a la rectitud y el orden del renacimiento. El barroco es teatralidad, juego, engaño, dramatismo, trampantojo, fantasía, ilusión.

Y es aquí, en este mismo lugar, donde el espíritu, el objetivo y la razón de ser de nuestra empresa, TEATRAVEL, se hacen presentes. Prepárense para esta visita teatralizada, este viaje a través del tiempo y las sensaciones. Hoy, por tratarse de día par, presenciarán ustedes la salida de misa de doce y el escándalo de Ufemia, una joven de mal pedir, a su antigua ama. El escándalo termina cuando el marido de ésta, apodado “el espantapobres”, les invitará a ser aspirados por la nariz de Dios, una auténtica experiencia divina. No se preocupen, porque no correrán ningún riesgo. Si fuese día impar no les diría yo lo mismo, pues esos días el santurrón de más arriba es arrojado violentamente sobre una familia que está posando para una foto, y en ocasiones los actores han sufrido alguna lesión. El barroco es lo que tiene.

Mientras que ustedes disfrutan de su visita teatralizada yo les esperaré en la confitería que ven a mi espalda”.

LA MANO DE SAN PEDRO

El guía fue dando la vuelta a la catedral, mostrándonos los fondos de su pozo de erudición: sabía el año de inicio y terminación de la iglesia, quienes habían sido sus maestros de obras, el gran avance técnico que para la época habia supuesto la construcción de aquella enorme cúpula, cuando se había consagrado la campana mayor dedicada a san Miguel, dónde estaba la cantera de la que habian traído aquella piedra caliza tan maleable y tan conveniente a la magnífica portada, muestra clara del llamado estilo plateresco por parecer obra de orfebres y otras tantas cosas.
Antes de entrar en la iglesia hizo otra parada para explicarnos la galería de apóstoles que, seis a cada lado, flanqueaban la entrada principal del templo, haciendo hincapié en San Pablo y San Pedro que, como soldados de guardia vigilaban la puerta. Desgraciadamente no podían verse sus atributos, dijo, y cuando dijo esto hubo algunas risitas pícaras. Inmediatamente precisó que con “sus atributos” se refería, claro, a los elementos simbólicos por los que se identifica cada apóstol, en el caso de San Pedro, las llaves y en el de San pablo, la larga espada con la que fue decapitado. Aquellos elementos se habían perdido ya que durante la guerra civil, la iglesia fue asaltada y algunas estatuas sufrieron graves daños.

­ Y ahora pasen y podrán contemplar el maravilloso retablo barroco dedicado a los gozos de la Virgen María.

Fuimos pasando, en tropel y, maravilla de maravillas, nadie vio al apóstol San Pedro en carne y hueso, apostado junto a la puerta, quizá porque se ocultaba bajo una capucha y no agitaba sus grandes llaves. Y tampoco nadie vio a aquellos niños gitanos de Rumanía, apóstoles de la pobreza que mostraban en sus ojos oscuros el hambre, la determinación por la supervivencia, la rapidez en la huida. Incluso la madre llevaba aquellos colores con los que se solía representar a la virgen: el azul y ese rojo rosáceo tan característico de las pinturas del renacimiento. Pero nadie la vio; nadie los vio, porque no venían en las guías, ni en los libros de arte, y sus manos cayeron vacías, con una pesadez de piedra, como si se las hubieran cortado. Y volvieron a refugiarse allí, en aquel rincón bajo la protección de la mano inexistente de San Pedro.

el espantapobres



Frente a la puerta de la iglesia, bien acomodados en la terraza de la confitería “Los piononos”, dos curas y un sacristán mantenían la siguiente conversación, sin las debidas precauciones, pero con abundante munición de bizcochos borrachos:
- “Lo que usted quiera, Don Cosme, pero tiene que reconocer que espantar grajos y palomas no es lo mismo”
- “Bueno, de acuerdo, Sebastián, lo mismo-lo mismo no es, pero también requiere de su poca de malicia y aguzar el ingenio.”
- “Ya, Don Cosme, pero a usted no se le ocurrió. Fue el maestro organista quien propuso lo del espantapobres.”
- “Y bien que funciona, ¿eh?”
- “Hay que reconocerlo, Don Marcial. A la que divisan al monigote de la capucha, se retraen y se van a otra parte con la monserga. Esto, antes, era el patio de Monipodio... Como si la iglesia fuera la ONU esa, o el Ministerio de Asuntos Sociales.”
Y digo sin las debidas precauciones porque el camarero más viejo de “Los piononos” se ha enterado de todo lo dicho. Cenetista veterano, de la quinta del biberón, y del que se cuenta que hizo la guerra con Durruti, “El Cerrojo”se limpia el culo con la Ley de la Memoria Histérica (sic) y sostiene ante todo el que se deje que yo me acuerdo de todo y llevo muy bien mis cuentas, y no me voy de este mundo sin ajustarlas. Ahora comprende lo del menda del chubasquero, ahí sentado todo el santo día sin acomodar siquiera el culo. Y ha decidido actuar.
Por lo pronto, la próxima ronda va con sorpresa. Tiene el purgante desde hace muchísimo tiempo y siempre le dio nosequé usarlo. Ahora está más que decidido: si ha caducado, mejor. Pero además el café no está caliente: está atómico; y lo que son las huellas dactilares, se las van a dejar pegadas al vaso.
Después de echar la llave a las puertas de los servicios, sirve la ronda, cruza la calle y se fuma un cigarrito con el espantapobres, que no le ha querido coger el tabaco. Bueno, allá tú... Enfrente, los cuervos gritan, se lamen los dedos y se beben con mucho cuidado y grandes resoplidos el volcánico bebedizo.
-“Pero ¿qué hace ese réprobo, charlando con el muñeco?”
-“¿Ése? Ése nunca estuvo bien de la azotea, pero para mí que ya chochea, Sebastián.”
Aún no ha acabado el cigarro y ya están delante de la puerta del retrete, empujándose y tirando del pomo hasta quedárselo en la mano, pálidos como cirios, entre sudores fríos. Cuando pisa la colilla contra el suelo, ya sabe qué va a hacer con lo del espantapobres, pero eso no le corre ninguna prisa. Desde detrás de la barra, sin hacer caso ni de las quejas ni de las reconvenciones, cobra la cuenta y comprueba que la mierda de cura huele igual que la suya. A mierda de viejo. Y que la venganza, se tome fría o caliente, sabe casi igual que la justicia: a gloria bendita.