ADS 468x60

.

Sin título


Por fin veía La luz blanca de la que tanto le habían hablado.

También veía el largo pasillo.

Su vida revoloteaba en su cabeza.

Estaba cómoda, relajada, con la sensación de estar flotando.

Solo la interrumpió una voz. Le preguntó si quería carne o pescado.

La respuesta salió automática.

Era su primera decisión en su largo camino hacia el cielo.

Pasajera modelo


Siempre se comportó como una pasajera modelo. En el avión y fuera de él.
“Abrochen sus cinturones de seguridad.”
“Pongan su respaldo en posición vertical”
“No está permitido el uso…”
Pero entonces reparó que sobre el ala del aparato se veía claramente escrito: “Do not walk beyond this line”. Y todo su desasosiego nació precisamente ahí, en las ganas terribles de comprobar qué pasaría si caminara a veces más allá de algunas líneas.

DO NOT

Cuando la funambulista leyó claramente escrito sobre el ala de avión “Do not walk beyond this line” sintió la punzada de un mal presagio. En la función de noche hizo colocar la red de seguridad, a la mañana siguiente aprendió los nombres de los leones, sopesó la flexibilidad del látigo.

NUBES

Es verdad. Desde el cielo, el cielo no se ve. Cuánta nube. Para una vez que me toca ventanilla.

Vaya viaje más aburrido.

Y este de al lado, venga sudokus y meneo de cabeza en mp3. Pues es bien parecido. Bien parecido al perrito que se ponía en los coches: boin, boin, boin…

¿Cómo eran los ejercicios aquellos para evitar problemas circulatorios en viajes largos? No me acuerdo. Si no me lo tomara todo a cachondeo…

Qué cachondeo en el funeral. Vaya la que me organizaron los majaras estos, con pancartas y todo: “No nos abandones. Nosotros no lo haríamos”. Serán perracos. Todo el mundo mirando con unas caras... joder, de funeral. Pues haber hecho méritos para venir, so gandulos. Les echaré de menos. Sobre todo en los bares.

¿Y allí como serán los bares? A ver qué cerveza me ponen y cómo la tiran, que yo tengo mis costumbres y mis gustos. O lo mismo no hay ni cerveza, que esta gente puede ser muy rara.

Qué rara me siento saliendo así, con tanta precipitación. Fíjate, yo que planeaba mis viajes con meses de antelación, hacía mi checklist, llamaba a destino preguntándolo todo, llevaba al dedillo visados, vacunas, divisas. Y aquí te tienes, guapa, con lo puesto.
Y con una idea más bien endeble de lo que te espera a la llegada.

Los viajes cortos, esos son los peligrosos. Porque te confías. Mira yo, que me incorporé sin mirar y me pasó por encima el trailer. Y el coche casi acabado de estrenar. Hay que joderse. Siniestro Total está bien para nombre de grupo de música. Al coche lo que le hubiera cuadrado mejor era Desintegración Total. Bueno, total o no, yo no lo voy a terminar de pagar.

¡Anda, los cinturones ya! Se me ha hecho más corto de lo que pensaba. ¿Cómo se dirá aterrizar, pero entre nubes… nimborrizar, cirrorrizar o cúmulorrizar? Qué barbaridad, sí que me estoy poniendo nerviosa, ya no sé ni lo que pienso.

Qué ordenada es la gente saliendo. Se nota que estamos en el extranjero. Pero qué digo extranjero: en el estratosjero.

La luz. Hay que ir hacia la luz. Cómo me suena eso. Vamos allá, a ver qué se ve.

***

Manolo Shamán

Hoy

Los miraba desde que era niña.

Surcando el azul.

Dibujando el cielo.

Marcando caminos.

Le gustaba mirarlos cuando ayudaba a su padre en las tierras que cultivaba.

De pie, quieta, viajaba en cada estela.

Al atardecer le gustaba verlos pasar atravesando nubes de colores.

Y al caer del día, jugando a las escondidas entre las estrellas.

El aire tibio de las noches de verano le parecía el viento nuevo de cada viaje.

Sentada, junto a la puerta de su casa, sin moverse de su pueblo, viajaba.

Desde niña.

Hoy, por primera vez, es ella quien sueña por encima de las nubes.

ATERRIZAJE

Mira ensimismada por la ventanilla. Las nubes van abriendo paso a las montañas más altas. 

La joven no ve a la azafata que se acerca a anunciarle:”Nos estamos acercando a destino. Por favor, abróchese el cinturón de seguridad”. Su voz es demasiado aguda, va a romperse. La joven no se da cuenta, no la escucha. La azafata repite el mensaje. Su mano ahora aprieta con fuerza el respaldo del asiento del pasillo, que no ocupa nadie. Inclina el cuerpo a la joven.

Nada.

La azafata espera en pie, todo el cuerpo alerta. Mira a la joven un tiempo aún, luego alza la mano abierta y le da una colleja en la nuca. La joven siente el dolor, se vuelve en un salto:

¿Quiere abrocharse de una vez esa mierda de cinturón, señorita? ¡Vaya oficio! ¡Si es que no sé cómo no se queda en casa a leer novelas románticas si tanto le gustan las nubes...” se aleja el farfullo de la azafata. En ese momento rompe el aplauso. El aterrizaje se ha desarrollado con éxito y los ocupantes del avión felicitan al comandante pero la azafata por un momento piensa que el aplauso es para ella. Para en medio del pasillo y sonríe.

PERSECUCIÓN

Hacía ya rato que había subido al avión, todo parecía listo, pero el avión no despegaba. La tripulación empezó a ir de un lado a otro y los pasajeros comenzamos a impacientarnos. Me asomé por la ventanilla.

Un montón de operarios daban vueltas alrededor del avión, examinando el aparato por todas partes. Y entonces lo vi. Me había vuelto a encontrar. Cada vez que pensaba que me había librado, volvía a aparecer. Siempre tras de mí. Ahora estaba allí, una vez más.
Sonreí al ver la cara de desesperación de los operarios, que no conseguían averiguar porqué aquel avión no se movía. Sólo yo sabía que no conseguirían hacer nada. Mientras yo estuviese subida en el avión, mi sueño no se marcharía.

Decidí volar con él.

WONDER WOMAN

Nube con forma de gaviota. Nube con forma de gato amenazante. Nube con forma… de nube. Solo de nube. No me abandona esta sensación, este miedo. No pasa nada. Tranquila Diana Marcela, no pasa nada… ¿Cómo que nada? ¡¡Claro que pasa!!! ¿Y si no le gusto? ¿Y si no me gusta?

Siempre me puedo esconder y fingir que no he llegado, que no subí a este avión. Desde aquí todo parece posible. El colchón de nubes parece una tierra de Nunca Jamás…en la que el tiempo no pasa ni lo malogra todo, en la que los computadores que hemos usado para comunicarnos son palomas mensajeras que confunden las rutas y los cielos de todos los países y por eso nos conocemos los desconocidos. Como si nos tropezáramos en la calle o nos encontráramos en una pista de baile. Las palomas mensajeras vuelan despacito y al llegar casi permanecen suspendidas en el aire. Entonces hay que adivinar lo que dicen sus mensajes cuando aletean delante de los destinatarios:

Me llamo…Wonder Woman (aleteo fuerte) estoy sola (aleteo melancólico)

Hola Wonder woman (aleteo fuerte, vuelo en círculos) yo soy El Coyote (paradita en el suelo).

Y entonces los desconocidos, a ese compás, bailamos, alzamos los brazos, movemos las piernas, como los bailes de cortejo de algunas aves.

Pero no es verdad. La verdad fue el aviso, la llamadita de Internet, el chat de los solitarios. La búsqueda de mi mejor foto: buena pero no provocativa, no vayan a pensar que voy pidiendo sexo rápido. Y después de Gato69, Oso Mimoso y Caramelo72, todos detrás del polvo en la primera cita.

Hasta que un día… ¡Coyote! Tan delicado, tan divertido, y…tan lejano. Y estoy aquí, atravesando el mar, camino de esa ciudad y ese país que no conozco sino a través de los ojos de Coyote. ¿Qué habrá detrás de esas gafas de profesor? ¿Cómo moverá las manos? ¿Cómo caminará? ¿Debo besarlo cuando nos veamos?

Lo que no entiendo es por qué me pidió que trajera este paquete de dulces navideños cuando no es navidad, es un poco antojado sí, eso me gusta. Impredecible. Espontáneo. “No lo sueltes, me decía, y mejor que no te lo vean en la entrada porque te lo acabarán quitando, no ves que esta gente es tan abusiva…” Y bueno, yo he cumplido. No lo he soltado, me costó esconderlo pero lo conseguí. Es sorprendente que justo haya tenido un amigo en Bogotá cuando yo me salgo de allá. Antes nunca me había hablado de él. No importa. Eso es lo de menos.

Lo importante es todo lo demás. Por fin me sentiré completa, un hombre que me ama sin haberme tocado jamás. Que recién me va a tocar para estar juntos para siempre. Quince años en el night club aguantando a todos esos babosos y por fin estaré tranquila. Por fin.

MIEDOS

Desde pequeñita era un saco de miedos. Siempre dormía con la luz encendida por miedo a la oscuridad, con los años no fue capaz de dormir si no había luz en la habitación. Le daban miedo las agujas, por eso miraba para otro lado cuando le sacaban sangre y siempre se desmayaba. Se compró un caniche para vencer su miedo a los perros, pero solo consiguió vencer el miedo a los caniches, el resto eran perros asesinos a sus ojos. Y ahora como terapia de choque su psicoanalista la obligaba a viajar en avión, lo que le resultaba tremendamente costoso porque al precio de las sesiones de psicoanálisis y de los billetes de avión, tenía que sumar el gasto en alcohol. Antes de embarcar se pimplaba media botella de ron que había comprado el duty free, botella que terminaba encerrada en el diminuto aseo antes del despegue, y después llamaba a la azafata una y otra vez para que le sirviera alcohol. Así entraba en un estado de catalepsia frente a la ventanilla en el que tan solo podía pensar en el miedo que tenía a volverse una alcohólica.

VENTANA O PASILLO


¿Ventanilla o pasillo?, me preguntaron y como siempre les contesté:

Por supuesto que pasillo. Tengo un vértigo HO-RRO-RO-SO.

Me reconozco como un experto en viajar en avión en el asiento de pasillo y no tengo ningún reparo en reconocerlo. Pero aquel viaje fue diferente, me tocó al lado una chica joven que nada más sentarse se puso a mirar por la ventanilla y vivía con tanto entusiasmo lo que veían sus ojos queme entraron unas ganas locas de mirar por ella. Le pedí permiso y por primera vez en mi dilatada experiencia aérea miré por la ventanilla del avión... Lo que pasó a continuación no os lo puedo contar porque cuando desperté me encontraba en el mismo aeropuerto del que había partido.

¿Ventanilla o pasillo?, me preguntaron una vez más.

EPISODIO POLICIACO

  Lo la primera noticia me puso alerta, mi acostumbrada paranoia, actuó como siempre: la caída del avión estaba cubierta por una nube estrato cúmulo, llena de misterio; primero la desaparición luego el hallazgo, cuerpos misteriosamente muertos con lógica de tierra, no de destrucción aérea ¿con qué te chocas a tres mil pies de altura? ¿qué puede partirte como un muro, como una pared? De repente tanto ruido y luego el silencio, el olvido, esa maravilla del mundo anónimo donde lo que nos preocupa se oculta tras la avalancha de datos.

  Cuando llegó la segunda noticia en otro lugar del mundo completamente aleatorio, apareció el miedo, el temor de que la tecnología fuera tan frágil, tan susceptible a la derrota. Los muertos en buen número seguían siendo anónimos y en eso estaba la coincidencia, empezaban los periódicos a insinuar que la terrible posibilidad humana de hacerlo estaba descartada, ¿qué asusta? ¿de qué nos hablan, de qué no?. En la tercera noticia, el pánico me atrapó, y una frase se repitió en mi cabeza: eliminación aleatoria, la suficiente para generar un terror aquietante hasta bajar la frecuencia de los vuelos, hasta llegar a considerarlos tan riesgosos como el más arcaico de los barcos vikingos, el mundo empezando a alejarse, a hacerse ajeno. La presencia de una tecnología, superior, externa, que juega con los humanos, para invadirlos, para esclavizarlos, la historia perfecta , que tanto nos han contado… y luego el siguiente pantallazo, mi siguiente sospecha, es mi obligación, por oficio, sospechar de las respuestas muy lógicas, ¿y si fuera una trama, un montaje? ¿cómo evita el poder su tambaleo? dándonos temor, paralizándonos de miedo, haciéndonos sospechar. Y la terrible conclusión. Sí, nos doman, pero no el extraño sino el soberbio, el temeroso..

  Me subo en los vuelos, y ahora pido la ventana, me asomo, porque espero que en algún lugar de ese almohadón aparezca una señal, porque se que la tecnología acusada esta ya ahí pero nos la disfrazan, nos la visten de amenaza, pido telepáticamente un mensaje que me oriente, que me aliente para continuar en esta caso por mi cuenta, que aunque no me cubre los gastos, tira de mi de puerta en puerta, de frontera en frontera, confiada en que el amparo de los acusados me protege..Varios lo sabemos, he tejido algunas conversaciones en bares a medias lenguas, he sabido más cosas sobre quien trama el ardid; se que las noticias continuarán, se repetirán con la frecuencia requerida, sin embargo en cada vuelo, me pregunto, ¿será éste el elegido?, ¿seré parte de lo aleatorio?. Por si acaso, no dejo de mirar por la ventana, segura de que si develo el misterio no sería esta la peor muerte

20 años


Veinte años no es nada, decía la canción favorita de su abuelo, pero no era verdad. Veinte años era casi todo. Para empezar eran dos tercios de su vida y eran el instituto, la universidad, los primeros amores, el primer sexo, su trabajo de profesora en un liceo  de Buenos Aires, un matrimonio, un divorcio y un hijo. Sin contar, claro, la larga cosecha de la sin nombre. Y veinte años eran los que hacía que no había vuelto a la casa de los abuelos maternos, una alquería blanca, en medio de la huerta, con una palmera y un pozo, donde se criaban los mejores tomates que  había probado en su vida. Ahora vivían en ella sus primos y la habían invitado, maravillas del Facebook.

      Tenía la extraña sensación de estar huyendo, y cuando huimos necesitamos un refugio, un lugar al que escapar, real o imaginado, intentamos recuperar los recuerdos como si fuesen tesoros escondidos que una vez enterramos junto a un árbol o un pozo, y marcamos el lugar con una X en el mapa de nuestra mente, pero no se puede. Había hecho el viaje hasta Madrid sin pegar ojo, por la excitación, pero en el viaje hacia Valencia, no había podido evitar echar una cabezadita. Semidormida se veía en aquel verano de hacía veinte años, con su abuela al lado que había ido a recogerla a Madrid, y recordó aquel momento en que miraron por la ventanilla cuando el avión ya descendía y su abuela le dijo señalándole en medio de aquel patchwork de marrones y verdes:

      –Mira, es aquella de allá, la que tiene una palmera delante, ¿la ves?

      Cuando se asomó buscando su tesoro escondido, vio que un mar de adosados lo había inundado todo.