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RECETA: CRUDITÉ...

Crudité azorado de pimiento
con tripa contrita de brote de espinaca,

preparado sobre tabla de nogal, cortado de un tajo preciso, casi bushido, con acero templado de Albacete. Esencia de huerta, crujiente al diente, mezcla de amargos y ácidos, envolvente transparencia, corazón doliente y tímido de clorofila”.

Si de lo que se trata es de alimentar a los gorrinos, se puede hacer con estilo. Esa era la filosofía de Romero Laínez, lo ayuda a explicar por qué de joven, cuando cocinero en el cuartel, preparaba el rancho con cierto abuso de patata y tocino y un voluminoso diccionario María Moliner.

PEQUEÑO HOMENAJE AL SR. BURDICK

Se había hartado de llorar cortando la cebolla para el pisto. Ahora tocaba el pimiento, pero los ojos ya no le daban más y fue al baño a lavárselos. Allí quedó, sin que ella se diese cuenta, partido por la mitad, aquel pimiento mutante. Para cuando quiso volver a la cocina fue demasiado tarde. Aquello la había ocupado y empezaba a asomar por debajo de la puerta. Afortunadamente se había llevado el cuchillo cebollero al baño y de un par de tajos impidió su avance. Después selló con silicona el borde de la puerta. Buscó en el trastero el cámping gas y pensó que debería llamar a su marido para que trajese cebollas y pimientos de otra verdulería.

Foto de octubre

(Foto: Soledad Felloza)

Caminando sin rumbo encontré tus huellas.
Desde entonces sigo tus pasos,
recorro el sendero que deja tu rastro.
Pero nunca te alcanzo.

Te has parado.
Yo también.
Observas el horizonte.
Yo, en cambio,
me he girado para mirar el camino andado.
Parece trazar una delgada línea blanca
que dibuja rectas y curvas que surcan el tiempo.

Esa es la imagen que guardaré de ti.

CAJITAS, PIEDRAS Y CAL

Cada vez que una palabra se le muere en los labios, cada lágrima que se escapaba inoportuna, docenas de besos al aire o los suspiros ahogados en la garganta.
Todos eran recogidos en cajitas de cerillas.
Le costaba encontrar el tamaño justo de las piedras y siempre iba con un botecito lleno de pintura blanca de cal en el bolsillo.
Todos recibían una pequeña sepultura en aquel claro en el monte.
Se alinean ya por cientos. Sabiendo que allí se escondía un tesoro, hormigas laboriosas limpiaban de hojas y ramitas aquel cementerio en la enramada.

EL CAMINO

El abuelo había juntado las piedras y había pintado aquella raya blanca que indicaba el mejor camino por el que llegar a la playa. Justo a cualquiera de los dos lados las piedras eran planas y se caminaba seguro; pero sus herederos interpretaron aquella línea como una frontera, una línea de separación, y comenzaron las disputas por aquel pedregal que en plena fiebre urbanística se convirtió en un apetecible bocado para las urbanizadoras de la zona.

El lugar tenia unas vistas magníficas sobre el mar y las ofertas fueron sustanciosas, pero ninguno de los herederos iba a dar su brazo a torcer pensando que el otro se iba a quedar con la parte más grande o con la mejor. Así, por suerte, aquel trozo de costa permaneció virgen. Años más tarde, cuando las leyes se decidieron a proteger el litoral, uno de los nietos de aquel hombre que había pintado un camino, entendió por fin el sentir de su abuelo y plantó una señal en forma de flecha justo donde nacía aquella raya blanca. En ella estaba escrito: A LA PLAYA. 

LINDE

He conocido la frontera
entre la soledad y la locura
el miedo dibujando
miles de espantos con mi cabello
y los azotes lacerantes del silencio
he conocido la frontera...
raya diminuta
llena de vacío

.

foto de Cristina G Temprano

UNA BICICLETA

Vi la bicicleta a lo lejos, en medio del campo, entre viñas y brisas, recortada contra el cielo en un cambio de rasante. Mi mente, adormecida por el caminar, revoloteó fantaseando sobre quién habría podido dejarla allí en medio. Pensé en una mujer con una urgencia, solitaria entre los pámpanos, agachada, admirando el atardecer. Pensé en un chico rezagado, dejando allí su máquina harto de dar pedaladas en la bici de su hermana. Pensé en un pinchazo inoportuno y alguien esperando el paso de un coche que no pasaba. Pensé en mi primera bicicleta, vaya trasto maravilloso, ¡dónde acabaría, cuántos años! Pensé en un regalo del buen Baltasar, extraviado por un malentendido.

Al llegar al cambio de rasante, comprobé que aquella bicicleta no sólo se parecía a mi primera bicicleta, sino que era exactamente como mi primera bicicleta, con el mismo guardabarros torcido y el timbre naranja. Pero no tuve tiempo de maravillarme por entero, pues en seguida surgió entre las viñas una mujer aliviada. Los dos vimos que tomaba la curva un niño fastidiado dispuesto a recuperar la bici (aunque fuera de su hermana). Los tres nos quedamos mirando al hombre que nos pidió ayuda para desentrañar unas instrucciones de parches en chino. Los cuatro nos fijamos en aquel hombre, negro, dulcemente dormido entre la hierba con una carta en la mano, visiblemente satisfecho de haber encontrado algo importante.

Todos cogimos la bicicleta y salimos pedaleando, cada uno a sus asuntos.

Llaneo


A veces, cuando siento en el pecho una cuesta arriba, cojo mi bicicleta y “llaneo”.
Busco el camino menos abrupto de los alrededores y pedaleo sin esfuerzo.
Contemplo  las montañas a lo lejos, imponentes , hermosas…pero yo “llaneo”.
Cuando la vida me late con demasiado esfuerzo, hago un paréntesis y  busco un paisaje fácil…

Hoy fue un día de esos. Me subí a la bicicleta y  pedaleé durante dos horas. Apenas me cansé.
Por el camino encontré a Remedios buscando setas, me contó que cada día encuentra cinco, sólo cinco hongos chuchurrios. Sale todos los días, busca durante horas y… cinco.
-Por algo será-me dijo animada
Poco más allá estaba Ramiro, el zahorí  del pueblo. Ahora está mayor y sordo, nadie le requiere ya, pero Ramiro pasea todos los días con su péndulo y cuando encuentra agua hace gestos raros y le gorgorea la garganta.
Me crucé también con “la mujer de cartón”, no sé como se llama, no habla, no saluda.
Sólo te sonríe  si la miras. Siempre va roja, empujando un carro  lleno de cartones arrugados.
Me crucé con otras bicicletas rápidas que no dijeron nada.
Me crucé con una ráfaga de viento y dos niños que buscaban moras
Me crucé con dos turistas que hacían fotos sin gracia.
Con varios coches sin rumbo ni concierto.
Con Braulio, que tiene un huerto muy ordenado, como un cajón de bragas de abuela.
Y también con el alcalde, que tiene un perro y un loro y los pasea. En realidad, el perro,que es enorme, lo pasea a él y mientras lucha por mantener el equilibrio, el loro en el hombro le pica la oreja.
Los paisajes humanos no siempre son fáciles. Algunas montañas se vuelven abruptas y peligrosas. No todo es un camino llano, ya , ya, ya, pero hoy yo “llaneo”.