- Un poco, Eusebio. Tú ya sabes que los autobuses me marean y son demasiadas emociones para un solo día… Muchas gracias por el regalo de aniversario, cariño. Ha merecido la pena tanto traqueteo. Eran tantos años sin volver por la aldea, que casi no encontramos el árbol, ¿eh?
- Como que cuando escribimos nuestros nombres era del grueso de un niño y fíjate cómo se ha puesto. Los brazos de los dos, enlazados, no alcanzaban a rodearlo. Y con tantas ramas, tan copudo y verde que se pondrá, con esa sombra tan hermosa que debe dar en verano.
- Tenemos que volver. En verano, digo. Ahora en invierno daba algo de tristeza verle desnudo. Podemos llevarnos el almuerzo y comerlo a la sombra.
- Si nos aguantan los huesos sentados en el suelo. Ya no somos unos zagales, Herminia. Aunque hoy se me han caído unos cuantos años de encima, guapa, que cada día estás más guapa.
- No seas tonto, Eusebio, que tenemos espejo en el ropero y en el cuarto de aseo. ¿Tú crees que es porque es nuestro árbol? Digo, que si se ha puesto tan hermoso porque nos queremos tanto. O a lo mejor es al revés: nos queremos tanto porque se ha puesto el árbol así de grande y fuerte.
- Ay, Herminia, pero ¿y nuestras ramas? Nos hemos quedado solos. Nuestro amor se ha hecho grande, no viejo. Pero sin hijos, con la familia y los amigos que se van muriendo poco a poco, un día dejaremos de dar la poquita sombra que damos. Ya nunca seremos copudos y verdes como él.
- No seas cenizo, hombre. O te arrepientes de algo.
- De naaaada. Y ahí siguen nuestros nombres en un corazón tallado en la corteza. Ese corazón no me dejaría mentir.
- Pero mira cómo han puesto la pared. Qué manía de pintarrajearlo todo. La gente ya no respeta nada. Y si todavía lo que pintan se pudiera mirar, pero vaya mamarrachadas y monigotes y tonterías. Qué gasto de pintura, de tiempo y de dinero en limpiezas.
***
Aquí estoy, ¿no me ves? No quieres verme, ¿no?
¿Porqué te fuiste? ¿Qué he hecho mal? Responde, por favor.
Mira mis manos vacías. Están esperando que las llenes. Ponles tu firma. O un corazón con su flecha, como hacen los cursis. O uno sangrando: el mío.
Si mañana no hay nada tuyo en mi dibujo, dibujaré lágrimas en mis ojos. Borraré el rubor de mis mejillas, cerraré mis puños y me olvidaré de ti.
Olvidarte. Como si pudiera.
Algún imbécil ha pintado un monicaco al lado. Como si yo no pudiera leerte en tus trazos al primer golpe de vista. Sigo ahí sola, con mi corazón de color azul pálido, por más que pinten alrededor.
Mira esos viejos. Se han parado. ¿Habrán visto mi soledad, tu ausencia? No. Se les ve en la cara la indignación, el ceño fruncido, sumasenergicarepulsaalosactosvandalicos.
¿Qué sabrán esos carcamales de amores y soledades? ¿Qué saben de tí y de mí? Nada, no saben nada.
Si mañana no hay respuesta me borraré y me olvidaré de ti.
Mañana.
Manolo Shamán.
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