Se llama “Esperanza”
y aunque fue buque, ahora es pecio.
De mares verdes y azules y negros y violetas.
De mares calmos y bravos y agitados y serenos.
De mares tontos y malvados y retorcidos y atravesados.
De mares sabios y amables y amorosos y justos.
De mares vivos y muertos y dormidos y soñados.
De vuelta de todos los mares, vino el “Esperanza” a embarrancar en la costa perdida del olvido. Se le fueron yendo todos los capitanes y perdió el rumbo. Royeron las ratas el cuaderno de bitácora y criaron en la brújula.
Ya no sabe los caminos y le aterra el horizonte.
Cree que la costa es un refugio y que de verdad existe la tierra firme.
Mientras no le despedacen las olas y el vendaval, seguirá varado en la escollera.
Ya le borraron el nombre el salitre y el tiempo.
Habría que ir y pintarle a proa uno nuevo. Escribir en letras bien grandes, y del gris acero de los barcos de guerra, la palabra “Rendición”. Eso no le devolverá a su derrota, pero tal vez lo obligue a hundirse de una vez.
Así, cuando toque fondo, se despejarán las corrientes que nos sacarán de este lugar maldito que, por no tener, ya no tiene ni nombre.
Manolo Shamán
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