Ven…, ven…,ven…parecía susurrar aquel brazo como una ala, aquella mano como una mariposa. Se iban moviendo gráciles, hipnóticamente delante de los ojos del niño, que absorto por aquellos movimientos de cisne, de bailarina no se dio cuenta de que la escalera descendía más y más, a lo profundo de la tierra, al inframundo, a aquel lugar del que jamás se vuelve.
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