Toda la vida con miedo, el miedo. Miedo al coco y al hombre del saco, miedo a los desconocidos: “nunca aceptes un caramelo de un extraño”, “jamás subas a un coche con un desconocido”, miedo. Miedo a lo oscuro, el mamón de su hermano. Miedo a los exámenes, todavía recuerda los terribles retortijones, miedo a no ser suficientemente buena, a no estar suficientemente buena, miedo. Miedo al sexo, miedo a no ser lo bastante progre, lo bastante liberada, miedo. Miedo al primer trabajo, y al último; miedo a no “estar a la altura”, que altura ni que cojones. Miedo a quedarse para vestir santos, miedo a la mirada perdida de su marido, miedo. Miedo a que el niño salga mal, miedo a que le hagan daño, a que sufra. Miedo a la otra, a las otras. Miedo a quedarse sola, a seguir así toda la vida, miedo. Miedo a que nadie la quiera. Todo el miedo.
Había pasado tanto miedo en su vida, había estado tan rodeada de miedos, que pensó que ya nada podría afectarla, que por vivir en un piso barato en la calle del miedo no podria sucederle nada peor a lo que llevaba hasta ahora. Y acertó. Vivir en “el miedo” fue como un conjuro. Se liberó de todos los miedos, de toda la mierda que la rodeaba y ahora es una mujer feliz, confiada, que está de miedo.
0 comentarios:
Publicar un comentario