Era un pasillo larguísimo. De noche lo era. De la sala de estar, en un extremo, a la derecha, salía el rumor de la televisión y la luz amarilla que apenas iluminaba el espejo y la mesa del teléfono. A medida que avanzaba hacia el otro extremo mis pasos se iban haciendo más lentos. Más cortos también. Tocar la pared y volver. No hay nada. Tocar y volver. Frente a mí, la oscuridad sin límite.
No recuerdo si lo conseguí alguna vez.
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