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VELLO PLANETARIO

Desde que resido en este nuevo emplazamiento me fijo mucho más en las cosas, es como si el tiempo pasase más despacio. Puede resultar ciertamente aburrido pero parece ser que me espera una larga estancia por aquí. Este hecho, sin duda, me relaja y me siembra la pereza en el ánimo. Los compañeros de viaje, oriundos del lugar, son primarios, de poca conversación, más preocupados de comer y copular que de otros entretenimientos más filosóficos o espirituales. Me amoldo a ellos, intento descubrir la bondad de estos vecinos tan diferentes a lo que estoy acostumbrado. Es cierto que temo relajarme en mis costumbres e iniciar una vida disoluta, pero ya dicen: “allí donde fueres, haz lo que vieres”. Descubro con placer lo bien que me estoy integrando aquí. Al atardecer, admiro los reflejos dorados en la hierba que crece sobre mí. Desde luego contribuir a este belleza tan sencilla y cotidiana me hace sentir parte de un todo, como mínimo (no se rían) parte del vello planetario. Sin duda, un camposanto frugal pero encantador.

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