UN OSO EXPERIMENTADO
Tendido al sol de febrero, se secaban las huellas de su aventura. Había sido como un sueño, un torbellino de emociones. Y ahora por más que se frotara o se centrifugara, resultaba indeleble una sensación de orgullo quizá impropia en un oso de peluche. Mecido por la brisa del sur, ya paladeaba su próxima visita a la lavadora. Oscuridad perfumada de lavanda, un laberinto de sábanas, y al final, ese vértigo aterrador donde todo pierde su proporción y la vida merece la pena. No veía el momento de volver a mancharse de mermelada del desayuno o de babas de perro, eso daba igual. Convencería al conejo rosa.
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