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TORMENTA

TORMENTA

Ya sale el sol. Las nubes despejan el cielo y la tormenta es solo un mal recuerdo.
Cómo rugía... Como una fiera viva y rabiosa.
¿Quién dice que una tormenta no está viva? Cómo no va a estarlo, si puede pensar y tomar decisiones. Tiene que estar viva y ser inteligente para escoger con tanto tino sus objetivos entre tanto alarde de violencia furiosa. Si entre tanto grito y puñetazo, si entre truenos y relámpagos y ráfagas de viento, puede alargar unos brazos precisos y escoger qué se salva, y desperdigar por el suelo malos cuentos y pésimos poemas.
Mira la tinta corrida, las hojas pegadas. Ni siquiera voy a poder repasarlos, mucho menos corregirlos. Eso sí, sé que cuando lea las pocas páginas que no ha empapado, apenas tendré que hacer cambios menores, que estarán pulidas como cantos de río, brillantes como el sol que seca este pequeño desastre.

¿A qué otros visitará la tormenta? Y ¿para qué? Puede que sólo sean escritores y a la tormenta nada más que le interese la crítica literaria. Pero podría ser que también, aquí y allá, tumbe caballetes, desencuaderne tesinas y hienda imágenes talladas. Acaso una torre herida por el rayo sea su manera de juzgar al arquitecto o de hacer urbanismo.

Ojalá que no, o habría que preguntarse qué quiere decir la tormenta cuando las avenidas arrasan un poblado y a quién censura con su rastro de destrucción.

Manolo Shamán

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