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D I C I E M B R E

EL AGUJERO

Al final consiguió meter aquel desgraciado año y todo lo que él representaba en un infecto agujero excavado en la roca. Cerró la puerta y, aliviado, tiró la llave en un profundo pozo.  

PERO QUÉ HARTO ESTOY…

… de hacer guardia delante de tu puerta. Me conozco cada tabla, cada remache, cada fleje, cada grieta… He dibujado con la imaginación en las vetas de la madera hasta agotarlas. Una vez creí tirar con el sólo esfuerzo de mi mente un trozo de esas calichas rosadas que aborrezco porque me separan de ti. Harto estoy de desearle la peor de las muertes a ese déspota que se interpone entre nuestros cuerpos temblorosos de amor y deseo. No veo el día en que saldrás por fin para unirte a mí y correr libres por el mundo, sin ataduras ni compromisos. Desespero de dolor cuando te siento detrás, respirando agitada o, peor aún, gimiendo un llanto sordo y negro como el mío. Pero no puedo evitar volver una y otra vez, día tras día, ante tu puerta cerrada y olfatearla y mear. Y seguir plantado delante esperando desesperanzado esa tarde en que escapes por la rendija, cuando el déspota de tu amo salga a tomar café. Entonces sí que sabremos lo que es correr, cuando le dejemos atrás, sacudiéndole de alegría en las narices nuestros rabos enloquecidos como aspas de molinillo. ¡Que hermosa y qué grande y qué larga será nuestra vida juntos, amor! Sólo necesitaremos una guarida en el monte, una madriguera donde criar nuestros cachorros y el campo ancho donde buscar el sustento, sin horarios, ni piensos, ni correas, ni bozales… Pero ¿por qué me torturo con estas estúpidas fantasías? Jamás escaparás, jamás se unirán nuestros cuerpos como uno solo, jamás te oiré ladrar maternalmente a nuestras crías; jamás habrá campo, ni fuga, ni libertad. Él no lo permitirá. Afirma que nuestro amor es imposible. Y aun hablan de vidas perras. ¿Qué sabrán los que no han nacido, como yo, gato?

Manolo Shamán

Abrí la puerta

Abrí la puerta y entró mi padre- qué frío hace -dijo
Abrí la puerta y entro mi madre -te chirría mucho hija-apuntó
Abrí la puerta y entró mi hermana -Me quedo un ratito solo-masculló
Abrí la puerta y entraron mi abuelo y mi abuela-Traemos unos huevos
Abrí la puerta y entraron mi abuela y mi abuelo-¿Estás acatarrada?
Abrí la puerta y entraron mis dos tías y mi tio
Abrí la puerta y entraron mi prima y sus hijas
Estaban todos y todas, cada uno decía algo.
Y la puerta de mi casa se cerró de un portazo, alguien la dejó abierta y hay corriente.
Dentro se encendió un fuego, se aceitó la puerta, se paró el tiempo, se frieron huevos, se sonaron mocos y se escuchó cantar a las niñas.
Cuando el tiempo ruló de nuevo, volví a abrir la puerta y salieron diciendo algo.
Después la cerré y me quedé conmigo. Me dije algo, así para dentro. Algo que decía mi padre o mi abuelo o que alguna vez dijo mi madre. Pensé que a mi no me servía, así que abrí la puerta y la voz se marchó también .
Cerré la puerta y me acerqué al fuego para asarme unas castañas.

Detrás de esa puerta


Detrás de esa puerta me espera un barco. Un barco. Un inmenso barco pirata. Con doscientos setenta y seis tripulantes y una dama. Olga se llama. Me esperan para navegar rumbo a una isla y encontrar un montón de tesoros y pelear ciento y una batallas y muchas tardes de viento en popa a toda vela. Detrás de esa puerta me espera el mar, con sus ballenas y un pulpo gigante de cuarenta y seis brazos y unas ideas nada benévolas. Detrás de esa puerta hay un castillo, asediado durante doce días. Y en el castillo setecientos hombres buenos y ochocientas doce mujeres mejores, y un rey, y una reina y una princesa: Olga se llama. Detrás de esa puerta me espera un globo aerostático, y ochenta días, y un mundo al que darle la vuelta, y un avión de guerra y una mujer judía, o musulmana, o vietnamita, o republicana, o maya, o persa, o india, siempre de nombre Olga. Detrás de esa puerta me espera la selva, y el pueblo, y Manhattan, y Zalamea, y la noche de Reyes, y el Nilo, y el Cáucaso, y un concurso de volar cometas y una noche estrellada en que la tuve entre mis brazos y... una mujer. Una mujer de voz suave, siempre, y sonrisa aún mejor, siempre, que viene conmigo en todas, todas las aventuras que me aguardan detrás de esa puerta. Y aunque a veces intente cambiar de nombre, yo siempre la llamaré Olga.

Esa puerta, roja, chiquita y vieja es la puerta de mi biblioteca y dentro, está Olga, mi bibliotecaria.

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NOVIEMBRE












Date una vuelta por su web y verás
foto de Hanna Quevedo G R A C I A S

LA ESPERA

Ya no seré más
cáscara de nuez
batallando contra las olas.
Ya no navegaré más
sintiendo las cosquillas
de las doradas en mi panza.
Ya no transportaré más
Esperanza, deseos, ilusiones,
sueños desesperados.
Ahora solo siento
la bofetada del mar enfurecido
la árida caricia de la arena.
Ahora solo oigo
de los perros sueltos el ladrido
el fiero mordisco de la carcoma.
Pero llegará la primavera
y alguna clóchina crecerá en la quilla,
las lapas adornarán mi proa.
Y en el mes de mayo las algas
Todavía se enredarán en mis costillas
Y el viento besará esquivo mi nombre.
Y ¡Por fin! en esa noche mágica
de sardinas, canciones y risas, seré
humo navegando en un mar de estrellas.

puede

Puede que entonces nos amáramos. Hoy estoy azul y roto de tantos virajes, de tantas caricias y abrazos, de tu poderoso cuerpo bajo el mío. Me lanzaste a esta playa y me sigues hablando bajito, incesante, como en un arrullo. Ya no te miro. Apenas te oigo mientras aprendo a navegar sobre la arena.

dulzura

En la playa de mis veranos de pies pequeños, había una barca.
Estaba reposada en la arena. Era una barca vieja y azul clarito, con una franja blanca que le daba vuelta y en ambos lados de la proa, con trazos rojos, una palabra ilegible que yo descifré, queriendo que se llamara, Dulzura.
Tardes y mañanas gozosamente enteras las pasé subido a esa cubierta de tablas sinuosas y retuertas, poniéndome a prueba en cada empresa, donde la valentía, la libertad, la entrega, el miedo, la soledad, la utopía y la felicidad iban tomando su forma luchando contra los arpones que silbaban camino del lomo sangrante de las ballenas, o contra piratas malolientes y mellados que venían tozudamente dispuestos a arrebatarme mis pocos tesoros, o mis muchos amigos, o mi único amor: Lucía.
Su pelo negro, mas de una noche ondeó libre mientras el cielo quedaba salpicado de estrellas y del brillo de sus ojos. Contemplamos desde babor absortos y cogidos de la mano el parto natural de una ballena cantora. Disfrutamos de muchos, muchos atardeceres todos los que quise y pude y reímos cuando nos sorprendió una lluvia de peces voladores.
Lucía habitaba también en muchas de mis aventuras.
Algunas se extendían a más de un día y más allá de la barca, de la que tenía que bajar para esconder un tesoro que me había llevado toda la mañana robar, o para devolver a sus casas a los 187 niños que habían secuestrado en alta mar.
Y luché con olas de doce pies, y un pulpo de quince brazos de seis metros cada uno, que doné a un museo para su estudio y conservación, menos una pata que nos cenamos a la gallega toda la tripulación.
Así pasé mi infancia, veraneando de aventura en aventura subido a los sueños que vivían en una barca vieja y varada en la orilla de la playa de mis veranos de pies pequeños.
Contemplo en otra playa otra barca, más rota que Dulzura, más larga también.
Sin embargo esta imagen hoy no me resulta nada poética. La imagen de una barca en la playa me lleva bien cerca; para poder contemplar en primera linea la agonía larga y lenta de la inmigración ilegal.
En mis ocho veranos de aventuras nunca rescaté a nadie. En mis mares llenos de todo tipo de peligros, nunca se me puso a prueba ante la indiferencia. 
Quizá el no haber jugado a imaginar, no me permita ahora saber reaccionar.
Quizá por ello, recordar me parezca tan irónico e insólito como que una barca llamada Dulzura, se dejara lamer eternamente por un mar de agua salada.

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OCTUBRE

SALTO

Creía que ya había hecho lo más difícil: cortar los hilos, atravesar la ventana del escenario, escapar de la luz de escena… Y sin embargo, todavía quedaba el salto al vacío.

PINOCHO A LA FUGA

Verá carabinero, ya se lo he contado dos veces a su compañero. Soy carpintero y a veces, cuando la faena no aprieta les hago algún juguete a mis nietos o a los niños de la calle, y había hecho un muñeco articulado de un trozo de pino que me había sobrado. Lo tenía ahí, sí ahí mismo, en esa ventana, esperando a que se secase la cola para lijarlo y pintarlo, cuando de repente a empezado a echar humo, se conoce que el cristal ha hecho de lupa, y entonces ha saltado de la ventana blasfemando y corriendo como una centella y se ha zambullido en el abrevadero de la esquina donde se ha apagado. Me ha mirado de manera amenazante agitando el puño y luego ha escapado a la carrera calle arriba.

-Acaban de llegar­ Dijo el otro carabinieri, entrando en el taller.
-Tranquilo maese Geppetto, tranquilo. ­dijo el enfermero que llevaba la camisa de fuerza.

sin título

El titiritero estaba ya a punto, era su momento. Por sus manos habían pasado dragones, cachiporras, saltimbanquis, damiselas, bailarines,... de cartón, de trapo, de lata, de madera, de plástico, de yeso, de cristal... Todo estaba olvidado, ahora estaba él solo, sin figuritas a través de las cuales expresarse, enfadarse, enamorarse, reírse, refugiarse... Su cancerbero particular era aquel pequeño muñeco que siempre había imaginado, pero que nunca llegó a construir por no saber para qué espectáculo podría servir. Y ahora estaba ahí, despidiéndolo mudamente, sin reproches, su ultima visión de este mundo material, como una performance de el alma, de su alma...
O una metáfora de su vida...
O una broma íntima de su inconsciente...

tengo ganas

Tengo ganas de abrazarte, de que todas tus aristas se claven en mi piel, que tus coleópteros invadan mi alma reseca de pena.
Ahí estás. Bastaría acercarme, estirar un brazo y luego el otro, levantarte y atraerte hacia mi pecho.
Tengo ganas de besar tu imprevisible nariz, seguir luego hasta tus dedos y olvidar quién tocó a quién por vez primera.
Pero de tanto tener, tengo miedo: puede que tus hilos y los míos se confundan, que se enreden o se anuden para siempre.
Por eso, sigo aquí tan quieta en mi ventana.

espera y verás

-Si no haces nada malo, cuando crezcas llegaras a ser un niño de verdad como Pinocho. Tienes un buen corazón.
-¿De verdad?- Preguntó el.
-Sí, de verdad- le dijo su hada- Ahora yo me voy, pero tú espera y verás-. Y, efectivamente, ella se fue.
El se quedó y no hizo nada malo. Se quedó recordando la historia de Pinocho, aquel muñeco como él que tantos dolores de cabeza dio a su padre y a su hada, pero como no quería caer en la misma trampa decidió no mirar por la ventana. Por ella se oían gritos, el ir y venir de gentes y a menudo risas, pero no cedió, no cayó en la tentación de mirar, no quería hacer lo mismo que los demás y acabar en la barriga de una ballena. Él tenía buen corazón.
Su hada le había dicho “espera y verás” y él, sin saber que sería lo que vería, se impacientaba. Después de mucho “espera que esperarás”, siguió esperando y cuando empezaba a desesperarse, intuyendo que el desespero no era bueno, y no queriendo hacer nada malo, decidió combatirlo con la esperanza y para no impacientarse más se durmió.
Un día la luz que entraba por la ventana lo despertó. Se sintió extraño. Notó un cosquilleo tan fuerte en su corazón que le vinieron ganas hasta de saltar.
-Espera y verás como se pasan- se dijo- no vaya a ser que mientras salto acabe por no ver lo que tanto espero.
Al cabo de un rato el cosquilleo se convirtió en un hormigueo y vio como de su pecho salía volando un bichito.
-Eh, bichito! ¿Quién eres?
-Me llamo carcoma.
-¿A donde vas?
-Hacia la luz.
-¡Pero en la luz está todo lo malo!
-Pero aquí no se ve nada, todo está oscuro.
-Espérate conmigo y verás. Creceremos juntos.
-No.
-Soy buena compañía, tengo buen corazón.
-Sí, es verdad que era bueno.
-Pero ¿Por que te vas?
-No lo sé. Adiós.
De pronto sintió un gran vacío y le invadió una extraña tranquilidad y sin la impaciencia que despierta la esperanza se quedó dormido como un tronco.

no todo es un juego

De tin marín rasputín
De tin marín cepillín
De tin marín cantarín
De tin marín zapatín
De tin marín tallarín
De tin marín campanín
De tin marín…

Mejor me dejo de tonterías y salto de una vez

como niños



Así que era verdad... ¡sois como niños!
Primero me tomas por un personaje imaginario. Cuando por fin te convences de que soy una forma de vida extraterrestre, me sales con eso de restaurar la cordura planetaria, instaurar la paz universal, reconstruir la ecología terrícola y ¿qué era eso otro...? ¡Ah!, sí, lo de las armas de destrucción masiva. ¿No os parece que todo eso debería estar en vuestras manos? Además, mi gente tiene otros problemas. Nuestros propios problemas. Y no he venido en son de nada, lo que pasa es que la espera se me hace aburrida e interminable y necesitaba charlar con alguien. No soy más que πn8, un espía, quiero decir, un explorador, y sólo estoy aquí para avisar en caso de que el planeta quede vacante.
Ahora vas a olvidar que me has conocido y que hemos hablado, no quiero problemas con Torchwood. Y a tí, que lees esto, más te vale cerrar el pico.

alma

Yo casi no conocía al abuelo. Vivía muy lejos de nuestra ciudad, y luego supe que la relación con su hijo nunca había sido buena. Cuando entró en la habitación, mi madre tuvo que decirme quién era aquel hombre tan grande que no sonreía.
Traía consigo una bolsa de tela de la que sacó un muñeco articulado que había construido él mismo, tallando trozos de madera, y lo puso sobre mi regazo.
-¿Cómo está? preguntó.
- … Bueno, estable, pero si no encontramos pronto un donante…
El abuelo masticó unas palabras inaudibles, me tocó la cara y se marchó.

Es duro crecer en un hospital. No podría explicar por qué escogí ese muñeco para convertirlo en mi apoyo, en mi confidente, en mi compañero. No sé… no es fácil ser un niño enfermo.
El transplante llegó y salí del hospital. Estudié fuera y acabé viviendo en otro continente.
Ayer mi padre llamó para decirme que el abuelo ha muerto. Nunca conocí a ese hombre, pero ahora pienso en la fuerza que un objeto puede tener para un niño asustado y solo. En cómo otorgamos un alma a aquello que necesitamos.
Hace mucho que ese juguete se perdió. Ahora pienso en él, y brindo por el abuelo.

carta de amor

No estás

Llego a casa y no estás. No me acabo de acostumbrar. Toda ella huele a ti y mantiene el orden que tú le distes a las cosas. Me da tanto miedo cambiarlo...

Voy directamente al teléfono. Lo descuelgo, temeroso, inconsciente y esperanzado, a ver si hay algún mensaje en el contestador. Nada. Pienso en mirar el correo electrónico pero me desanimo.

Me hundo en el sillón, que me abraza tratando de consolarme, pero no lo consigue.
Me hundo en el sillón que juntos compramos y desde aquí observo todo nuestro universo.

Se me viene encima.

Nunca entenderé por qué te has ido. Además en este momento. Empezaba todo. Ya teníamos la casa, ya teníamos nuestro espacio, ya teníamos. Cojo alguno de tus libros, incluso lo abro, pero soy incapaz de centrarme. Vuelven los pensamientos.

Y te vas, así, de repente, sin avisar. Sin una explicación, sin una llamada, sin una nota siquiera. Te vas así, sin recoger tu ropa, que aún cuelga de las perchas, sin llevarte tus apuntes que ahí pueblan tu mesa de estudio con el bolígrafo cruzado en la antropología. He aprendido de memoria la hoja que queda arriba, de leerla, de tanto pasar mi mirada sobre tus letras escritas con tu mano derecha acariciando cada letra con mi mirada, buscando una respuesta. Leerlas siempre que las lágrimas me han dejado, en silencio, sentado en tu silla, con mi pierna cruzada por debajo del culo, como tú sólo sabes sentarte durante tanto rato.

Yo no puedo. Al poco se me duerme. Nunca me expliqué cómo podías hacerlo. Como nunca me explicaré por qué te has ido. Así. Dejándome sólo en esta casa que nos parecía ideal y ahora se me viene encima. Esta casa llena no de ti, ni de mí, sino de un nosotros que ahora no tiene ningún sentido. Ninguno.

Y la tele me mira, y el equipo de música me pregunta por tus cds, y el baño. El baño está lleno de ti, de cosas que ni siquiera sé para qué son. Y tu cepillo está al lado del mío, añorando tu boca, como yo. Ahí lo dejaste. Y tiene el mismo sentido que yo, abandonado y por ello inútil.

Tus llaves están en la mesita, donde las dejaste olvidadas la última vez que saliste de casa. Y esperan. Y esperamos. Y a veces te oigo entrar, y sigo los pasos que se acercan a la cama, pero no.

A veces tu recuerdo tiene la desfachatez de acercarse hasta mi cabeza, acariciarme el pelo y susurrarme tu hola amor pero me despierto y no.

Y abro el armario y ahí está toda tu ropa, que toco, y huelo, y ese aroma te juro que me invade y me lleva a ti. Todo el universo tiene esa forma de embudo en el que al final, inevitablemente apareces. Y me saturo y salgo a dar una vuelta, pero miro cómo la gente me mira. No me preguntan por falta de confianza, pero lo harían. También quieren saber.

Si por lo menos te hubieras ido con otro, o con otra. Pero así, sola, sin nadie como excusa.

Los cercanos ni me preguntan cómo lo llevo. Saben que mal. Saben que no quiero que nadie me pregunte. Sólo falta, encima, que anden hurgando. Así que nada. Llaman de vez en cuando, para una cerveza que nunca se da. No quiero. Por si vuelves y no estoy.

Podría ir a verte. Pero no quiero. No sé donde estás. No tengo ni idea. No quiero. Mi madre sí que sabe. De hecho ella sí que te va a ver. Muchas tardes. Me llama y me dice que la acompañe, pero no quiero. Ella te lleva flores, yo no quiero. No puedo.

Te quiero demasiado todavía…

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SEPTIEMBRE


TEATRAVEL

Pues he aquí nuestra Catedral. Una magnífica obra de la arquitectura barroca. Fue construida hacia el año 1648 según trazas del maestro Lucas Fondón, uno de los grandes. La fachada, algo posterior, es un auténtico retablo pétreo de Gregorio Crespo. El Barroco es la supremacía de la curva y los muros cóncavos o convexos frente a la rectitud y el orden del renacimiento. El barroco es teatralidad, juego, engaño, dramatismo, trampantojo, fantasía, ilusión.

Y es aquí, en este mismo lugar, donde el espíritu, el objetivo y la razón de ser de nuestra empresa, TEATRAVEL, se hacen presentes. Prepárense para esta visita teatralizada, este viaje a través del tiempo y las sensaciones. Hoy, por tratarse de día par, presenciarán ustedes la salida de misa de doce y el escándalo de Ufemia, una joven de mal pedir, a su antigua ama. El escándalo termina cuando el marido de ésta, apodado “el espantapobres”, les invitará a ser aspirados por la nariz de Dios, una auténtica experiencia divina. No se preocupen, porque no correrán ningún riesgo. Si fuese día impar no les diría yo lo mismo, pues esos días el santurrón de más arriba es arrojado violentamente sobre una familia que está posando para una foto, y en ocasiones los actores han sufrido alguna lesión. El barroco es lo que tiene.

Mientras que ustedes disfrutan de su visita teatralizada yo les esperaré en la confitería que ven a mi espalda”.

LA MANO DE SAN PEDRO

El guía fue dando la vuelta a la catedral, mostrándonos los fondos de su pozo de erudición: sabía el año de inicio y terminación de la iglesia, quienes habían sido sus maestros de obras, el gran avance técnico que para la época habia supuesto la construcción de aquella enorme cúpula, cuando se había consagrado la campana mayor dedicada a san Miguel, dónde estaba la cantera de la que habian traído aquella piedra caliza tan maleable y tan conveniente a la magnífica portada, muestra clara del llamado estilo plateresco por parecer obra de orfebres y otras tantas cosas.
Antes de entrar en la iglesia hizo otra parada para explicarnos la galería de apóstoles que, seis a cada lado, flanqueaban la entrada principal del templo, haciendo hincapié en San Pablo y San Pedro que, como soldados de guardia vigilaban la puerta. Desgraciadamente no podían verse sus atributos, dijo, y cuando dijo esto hubo algunas risitas pícaras. Inmediatamente precisó que con “sus atributos” se refería, claro, a los elementos simbólicos por los que se identifica cada apóstol, en el caso de San Pedro, las llaves y en el de San pablo, la larga espada con la que fue decapitado. Aquellos elementos se habían perdido ya que durante la guerra civil, la iglesia fue asaltada y algunas estatuas sufrieron graves daños.

­ Y ahora pasen y podrán contemplar el maravilloso retablo barroco dedicado a los gozos de la Virgen María.

Fuimos pasando, en tropel y, maravilla de maravillas, nadie vio al apóstol San Pedro en carne y hueso, apostado junto a la puerta, quizá porque se ocultaba bajo una capucha y no agitaba sus grandes llaves. Y tampoco nadie vio a aquellos niños gitanos de Rumanía, apóstoles de la pobreza que mostraban en sus ojos oscuros el hambre, la determinación por la supervivencia, la rapidez en la huida. Incluso la madre llevaba aquellos colores con los que se solía representar a la virgen: el azul y ese rojo rosáceo tan característico de las pinturas del renacimiento. Pero nadie la vio; nadie los vio, porque no venían en las guías, ni en los libros de arte, y sus manos cayeron vacías, con una pesadez de piedra, como si se las hubieran cortado. Y volvieron a refugiarse allí, en aquel rincón bajo la protección de la mano inexistente de San Pedro.

el espantapobres



Frente a la puerta de la iglesia, bien acomodados en la terraza de la confitería “Los piononos”, dos curas y un sacristán mantenían la siguiente conversación, sin las debidas precauciones, pero con abundante munición de bizcochos borrachos:
- “Lo que usted quiera, Don Cosme, pero tiene que reconocer que espantar grajos y palomas no es lo mismo”
- “Bueno, de acuerdo, Sebastián, lo mismo-lo mismo no es, pero también requiere de su poca de malicia y aguzar el ingenio.”
- “Ya, Don Cosme, pero a usted no se le ocurrió. Fue el maestro organista quien propuso lo del espantapobres.”
- “Y bien que funciona, ¿eh?”
- “Hay que reconocerlo, Don Marcial. A la que divisan al monigote de la capucha, se retraen y se van a otra parte con la monserga. Esto, antes, era el patio de Monipodio... Como si la iglesia fuera la ONU esa, o el Ministerio de Asuntos Sociales.”
Y digo sin las debidas precauciones porque el camarero más viejo de “Los piononos” se ha enterado de todo lo dicho. Cenetista veterano, de la quinta del biberón, y del que se cuenta que hizo la guerra con Durruti, “El Cerrojo”se limpia el culo con la Ley de la Memoria Histérica (sic) y sostiene ante todo el que se deje que yo me acuerdo de todo y llevo muy bien mis cuentas, y no me voy de este mundo sin ajustarlas. Ahora comprende lo del menda del chubasquero, ahí sentado todo el santo día sin acomodar siquiera el culo. Y ha decidido actuar.
Por lo pronto, la próxima ronda va con sorpresa. Tiene el purgante desde hace muchísimo tiempo y siempre le dio nosequé usarlo. Ahora está más que decidido: si ha caducado, mejor. Pero además el café no está caliente: está atómico; y lo que son las huellas dactilares, se las van a dejar pegadas al vaso.
Después de echar la llave a las puertas de los servicios, sirve la ronda, cruza la calle y se fuma un cigarrito con el espantapobres, que no le ha querido coger el tabaco. Bueno, allá tú... Enfrente, los cuervos gritan, se lamen los dedos y se beben con mucho cuidado y grandes resoplidos el volcánico bebedizo.
-“Pero ¿qué hace ese réprobo, charlando con el muñeco?”
-“¿Ése? Ése nunca estuvo bien de la azotea, pero para mí que ya chochea, Sebastián.”
Aún no ha acabado el cigarro y ya están delante de la puerta del retrete, empujándose y tirando del pomo hasta quedárselo en la mano, pálidos como cirios, entre sudores fríos. Cuando pisa la colilla contra el suelo, ya sabe qué va a hacer con lo del espantapobres, pero eso no le corre ninguna prisa. Desde detrás de la barra, sin hacer caso ni de las quejas ni de las reconvenciones, cobra la cuenta y comprueba que la mierda de cura huele igual que la suya. A mierda de viejo. Y que la venganza, se tome fría o caliente, sabe casi igual que la justicia: a gloria bendita.