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Caminando sin rumbo encontré tus huellas.
Desde entonces sigo tus pasos,
recorro el sendero que deja tu rastro.
Pero nunca te alcanzo.

Te has parado.
Yo también.
Observas el horizonte.
Yo, en cambio,
me he girado para mirar el camino andado.
Parece trazar una delgada línea blanca
que dibuja rectas y curvas que surcan el tiempo.

Esa es la imagen que guardaré de ti.

CAJITAS, PIEDRAS Y CAL

Cada vez que una palabra se le muere en los labios, cada lágrima que se escapaba inoportuna, docenas de besos al aire o los suspiros ahogados en la garganta.
Todos eran recogidos en cajitas de cerillas.
Le costaba encontrar el tamaño justo de las piedras y siempre iba con un botecito lleno de pintura blanca de cal en el bolsillo.
Todos recibían una pequeña sepultura en aquel claro en el monte.
Se alinean ya por cientos. Sabiendo que allí se escondía un tesoro, hormigas laboriosas limpiaban de hojas y ramitas aquel cementerio en la enramada.

EL CAMINO

El abuelo había juntado las piedras y había pintado aquella raya blanca que indicaba el mejor camino por el que llegar a la playa. Justo a cualquiera de los dos lados las piedras eran planas y se caminaba seguro; pero sus herederos interpretaron aquella línea como una frontera, una línea de separación, y comenzaron las disputas por aquel pedregal que en plena fiebre urbanística se convirtió en un apetecible bocado para las urbanizadoras de la zona.

El lugar tenia unas vistas magníficas sobre el mar y las ofertas fueron sustanciosas, pero ninguno de los herederos iba a dar su brazo a torcer pensando que el otro se iba a quedar con la parte más grande o con la mejor. Así, por suerte, aquel trozo de costa permaneció virgen. Años más tarde, cuando las leyes se decidieron a proteger el litoral, uno de los nietos de aquel hombre que había pintado un camino, entendió por fin el sentir de su abuelo y plantó una señal en forma de flecha justo donde nacía aquella raya blanca. En ella estaba escrito: A LA PLAYA. 

LINDE

He conocido la frontera
entre la soledad y la locura
el miedo dibujando
miles de espantos con mi cabello
y los azotes lacerantes del silencio
he conocido la frontera...
raya diminuta
llena de vacío

.

foto de Cristina G Temprano

UNA BICICLETA

Vi la bicicleta a lo lejos, en medio del campo, entre viñas y brisas, recortada contra el cielo en un cambio de rasante. Mi mente, adormecida por el caminar, revoloteó fantaseando sobre quién habría podido dejarla allí en medio. Pensé en una mujer con una urgencia, solitaria entre los pámpanos, agachada, admirando el atardecer. Pensé en un chico rezagado, dejando allí su máquina harto de dar pedaladas en la bici de su hermana. Pensé en un pinchazo inoportuno y alguien esperando el paso de un coche que no pasaba. Pensé en mi primera bicicleta, vaya trasto maravilloso, ¡dónde acabaría, cuántos años! Pensé en un regalo del buen Baltasar, extraviado por un malentendido.

Al llegar al cambio de rasante, comprobé que aquella bicicleta no sólo se parecía a mi primera bicicleta, sino que era exactamente como mi primera bicicleta, con el mismo guardabarros torcido y el timbre naranja. Pero no tuve tiempo de maravillarme por entero, pues en seguida surgió entre las viñas una mujer aliviada. Los dos vimos que tomaba la curva un niño fastidiado dispuesto a recuperar la bici (aunque fuera de su hermana). Los tres nos quedamos mirando al hombre que nos pidió ayuda para desentrañar unas instrucciones de parches en chino. Los cuatro nos fijamos en aquel hombre, negro, dulcemente dormido entre la hierba con una carta en la mano, visiblemente satisfecho de haber encontrado algo importante.

Todos cogimos la bicicleta y salimos pedaleando, cada uno a sus asuntos.

Llaneo


A veces, cuando siento en el pecho una cuesta arriba, cojo mi bicicleta y “llaneo”.
Busco el camino menos abrupto de los alrededores y pedaleo sin esfuerzo.
Contemplo  las montañas a lo lejos, imponentes , hermosas…pero yo “llaneo”.
Cuando la vida me late con demasiado esfuerzo, hago un paréntesis y  busco un paisaje fácil…

Hoy fue un día de esos. Me subí a la bicicleta y  pedaleé durante dos horas. Apenas me cansé.
Por el camino encontré a Remedios buscando setas, me contó que cada día encuentra cinco, sólo cinco hongos chuchurrios. Sale todos los días, busca durante horas y… cinco.
-Por algo será-me dijo animada
Poco más allá estaba Ramiro, el zahorí  del pueblo. Ahora está mayor y sordo, nadie le requiere ya, pero Ramiro pasea todos los días con su péndulo y cuando encuentra agua hace gestos raros y le gorgorea la garganta.
Me crucé también con “la mujer de cartón”, no sé como se llama, no habla, no saluda.
Sólo te sonríe  si la miras. Siempre va roja, empujando un carro  lleno de cartones arrugados.
Me crucé con otras bicicletas rápidas que no dijeron nada.
Me crucé con una ráfaga de viento y dos niños que buscaban moras
Me crucé con dos turistas que hacían fotos sin gracia.
Con varios coches sin rumbo ni concierto.
Con Braulio, que tiene un huerto muy ordenado, como un cajón de bragas de abuela.
Y también con el alcalde, que tiene un perro y un loro y los pasea. En realidad, el perro,que es enorme, lo pasea a él y mientras lucha por mantener el equilibrio, el loro en el hombro le pica la oreja.
Los paisajes humanos no siempre son fáciles. Algunas montañas se vuelven abruptas y peligrosas. No todo es un camino llano, ya , ya, ya, pero hoy yo “llaneo”.

.


De entierro


De entierro.

Los dos varones, de riguroso luto, estaban realmente destrozados por cargar con el peso del ataúd. Habían caminado durante horas por unas sendas lo suficientemente agrestes como para que al joven le hubieran flaqueado las piernas en más de una ocasión y el adulto se hubiera sentido morir. 

Ahora les quedaba la parte más dura, una ascensión prácticamente vertical, así que habían decidido dejar el féretro en el suelo y descansar para, en principio, tratar de recuperar el resuello. 

El camino había sido largo. Al peso de la caja, había que unirle el calor ambiental, el dolor de la pérdida y el silencio. Los dos llevaban caminando horas sin mediar palabra alguna.

El más joven sorprendió al adulto con una voz extremadamente delicada.

Era realmente buena. Qué despedida tan bonita le han hecho.

A veces la gente se emociona y habla de más -interrumpió el adulto.

¿Qué quieres decir? ¿A caso no estás de acuerdo con todo lo que se ha dicho de ella?

El adulto, secándose con mano el sudor de una cabeza de actitud resignada, miró hacia el suelo mientras con sus pies movía las piedrecitas del camino sin decir nada.

Siempre estaba de humor, apreciaba todo lo que se le ofrecía, era agradecida y generosa, dicen que amaba por encima de todo y que siempre tenía disposición para cualquier cosa -dijo el joven vituperando sus palabras.

- Cualquier cosa que le apeteciera -apuntilló el mayor- no nos engañemos.

- Pero ¿por qué dices eso? ¡Mírame y dímelo!

El adulto entonces, levantó la cabeza y se volvió a secar la frente. Calmo y serio dijo

Mira, la vida no es sólo saber pasarlo bien. No es solo disfrutar. No puede ser así porque el mundo no está montado para que todos podamos disfrutar igual. Así que no estaría bien que unos pocos sean solo los que disfruten a costa del resto. 
Claro que estaba feliz; claro que estaba de buen humor. Era la reina de todos. Nuestra reina. Pero era una rata, incapaz de afrontar situaciones conflictivas, incapaz de mantener una mínima coherencia en sus actos, ni tan siquiera en sus palabras. 
Es muy fácil sentarse a comer cuando la mesa está puesta. Es muy fácil ser generosa cuando sabes que a ti no te va a faltar de nada. Mira, es muy sencillo bailar mientras suena la música; dejar que el amor corra cuando todo resulta sencillo.

Así somos muchos -espetó el joven.

-Sí, pero hay algo que tenemos todos nosotros y ella nunca tuvo. Algo más importante en la vida que el saber disfrutar. Más importante que la coherencia incluso y es el saber recomponerse.

Venga, -acercándose con la voz- a todos nos han roto en algún momento la loza que llevamos dentro, a todos nos han cortado el hilo de la cometa en nuestra mejor brisa. Y ¿qué? Lo importante es saber recomponerse. Ponerse a cantar cuando la música pare. Cantar para seguir bailando aunque nos duelan los pies. Todos los pies. Hay que saber recomponerse y luchar, aunque sea por uno mismo.

Eso ella no lo tenía. No lo toleraba. Ante el mínimo conflicto, huía, saltaba del barco. Por miedo, por falta de valor, por terror a perder, por orgullo, saltaba. Era una rata.

-¡No la vuelvas a llamar rata! ¡Era buena, generosa, agradecida! ¡Todos lo han dicho!

¿Todos? ¿Quiénes son todos? ¿Dónde están? Míranos. Estamos tú y yo. Solos. ¿Sabes dónde están los demás? ¿Crees que están llorando? Están allí, adorando a su nueva reina, que también será agradecida, bella, generosa, simpática... hasta que haya un problema, qué se yo, una inundación, un ataque de alguien, una escasez, cualquier problema y saltará la primera. Ni siquiera saltará. La sacarán. Hasta las ratas son mejores.

¡Cállate! ¡Cállate! ¡Calla! Si piensas eso de ella ¿qué haces aquí? ¿Por qué has venido?

El adulto se retira y mira hacia el féretro. 

- Yo era su sirviente más fiel. Su cuidador desde siempre. Al nacer, fui elegido para ella. Y según fue creciendo aprendí a amarla. Y así viví. Mi vida fue ella. Fui su amante. Fui su fecundador. Una y mil veces. Una y mil veces. Todas las noches. Todas las noches. Una y mil veces.

El joven se sienta en el ataúd y acaricia la ovalada tapa.

Su fecundador...-el joven- Alguna vez me habló de ti -levanta la mirada hacia su compañero- en las tardes de otoño.
  Qué ironías tiene la vida ¿verdad? Tú su amante predilecto, y yo su hijo preferido: Príncipe de la colonia. Y míranos, desterrados y con dolor.

Las dos hormigas se pusieron de pie y abrazadas dejaron que la tarde se apagara con sus sollozos. Después cargaron el féretro a hombros y en silencio, bajo la luz de las estrellas que caían, continuaron su camino.

PALABRAS EN EL SUELO


La vieja, al leer la carta de detención que la acusaba de brujería, musitó ante la concurrencia un susurro, apenas un siseo. El alguacil se puso en guardia e intentó recuperar la nota escrita con esmero por el secretario del juez. Pero descubrió que las palabras se desprendían del papel y caían en su regazo. Se habían convertido en hormigas que pululaban por su brazo y se lanzaban a al suelo. Las hormigas se afanaron a crear nuevas frases, estas ininteligibles para todos menos para aquella mujer. Ella leía tirada en el suelo y se reía de Dios sabe qué herejías. Se llevaron a la vieja a la rastra y las hormigas desaparecieron, con ellas sus versos prohibidos. Sólo quedaron dos rezagadas que tiraban de una de sus compañeras, o algo parecidoEn lo único que pudo convertirse una mancha del almuerzo del secretario, que no sabía decir nada ni moverse por si misma.

Pasos



Prisioneras



Todavía no sabían como meterían a aquella pupa de polilla por la entrada del hormiguero, o cómo hacerla descender por el túnel principal. Ni siquiera si alcanzarían las fuerzas hasta su destino. Todavía no sabían exactamente qué comía una polilla, ni cómo cuidarla hasta que saliera de su envoltura. Pero en sus pequeñas cabezas de hormiga obrera palpitaba la ilusión de entregarle un último regalo a su vieja reina, gorda prisionera en el subsuelo. Aquella mariposa nocturna volará en la noche perfecta de la cámara central. La reina, agotada, se dormirá arrullada con aquel aleteo que huele a brisa de verano.

.

¿Helado? No, gracias


 ¡yo no quiero ir! – grité - Sabes perfectamente que no me gustan los helados. Están fríos y me quedo todo pegajoso.
Pero él no me escuchó y mellevó.
Y ahora, mientras el juega con sus barcos en la bañera, yo no hago más que dar vueltas y más vueltas entre la ropa sucia de toda la familia.
La próxima vez que vaya a tomar un helado pienso esconderme y listo.
Perdonen que me calle, pero viene el centrifugado.

ESCARNIO PÚBLICO

-¿Cuándo le juzgaron?
-El Alto Tribunal se reunió ayer
-¿Pero qué hizo?
-Creo que le cortó el pelo a la Barbie mientras dormía
- Jeje, no puedo decir que lo sienta. No la soporto, con esos aires de superioridad. ¿Y cuál fue el castigo?
- Calzoncillos amarillos. Una semana a la vista de todo el mundo. Le cuelgan al amanecer.
- ¡Se han pasado!. Pobre... Habrá que montarle una fiesta para cuando le bajen.
-¡¡Vale!!. Yo aviso a los del baúl, tú a los de la estantería.

ALMA BLANDITA

Metimos en la lavadora una Barbie Exploradora. Una vez despojada de capas de caucho y hebras de nailon salió su alma. Todos lo sospechábamos. En su interior escondía un hipopótamo de peluche.

(qué cosa, Ken por fin se enamoró).

UN OSO EXPERIMENTADO

Tendido al sol de febrero, se secaban las huellas de su aventura. Había sido como un sueño, un torbellino de emociones. Y ahora por más que se frotara o se centrifugara, resultaba indeleble una sensación de orgullo quizá impropia en un oso de peluche. Mecido por la brisa del sur, ya paladeaba su próxima visita a la lavadora. Oscuridad perfumada de lavanda, un laberinto de sábanas, y al final, ese vértigo aterrador donde todo pierde su proporción y la vida merece la pena. No veía el momento de volver a mancharse de mermelada del desayuno o de babas de perro, eso daba igual. Convencería al conejo rosa.

UN NIÑO QUE LLORABA

–Mamá.
–¿Qué?
–He visto un niño que lloraba
–¿Dónde lo has visto hija, en el cole?
–No.
–¿En el parque, en la calle?
–No, lo he visto en la tele, era negrito.
–Ah , seguro que debía ser en Haití, es un país que está muy lejos y ha habido un terremoto y muchos niños han perdido sus casas y también a sus papás.
–¿Y también los juguetes?
–También hija, también los juguetes.
(…)
–Mamá.
–¿Qué cariño?
–¿Le puedo regalar a Teddy a ese niño?
–¿un osito como el tuyo?
–No mamá, no uno como el mío, mi osito.
–¿Y tú qué vas a hacer por las noches, llorar como cuando vamos de viaje y se nos olvida?
–No mamá, ya soy mayor. Es que me dio tanta pena…y seguro que Teddy le seca las lágrimas.
–¿Estás segura?
–msí…
–Habrá que lavarlo, ¿no?
–Sí, está un poco mostosillo.
(…)
–¿Qué pondremos en la carta mamá?
–“Para el niño que lloraba”
–¿Y le llegará?
–Claro, los carteros son muy listos, también los de Haití.
–Ah, bueno.
–Dame un abrazo con beso.
–¿Por qué?
–No sé, me apetece.
–Ah, vale.

Palabras de oso

DudOso
O me han dejado colgado, o me estoy rayando.

CautelOso
.- ¡Shhhhhhht! Oye, vosotros, calcetines, ¿habéis visto que son todo prendas grandes?. Creo que en esta cuerda no encajamos.
.- Tú habla por ti -le dijo el derecho.
.- No le hables -dijo el izquierdo, al derecho-. Es un colgado.

TrampOso
¡Raya por aquí!, 
¡raya por allí!, 
¿dónde está el osito?

FilÓsofo
Mmmmm, Rayados, colgados... debo estar en la cuerda floja.

MorOso
¿Pagar? Si consigo poner cara de patuco aquí no me encuentra ¡ni dios!

DolorOso
Tengo como un pinzamiento en los hombros que no me deja moverme, chico.

EL TENDEDERO


-¡Ssssch, oye! El de las rayas naranjas y negras–le dijo al calcetín que tenía a su derecha.
-Hermano el de aquí al lado me esta hablando –le dijo el calcetín a su compañero.
-No le hagas caso a ese monstruo. Nosotros a lo nuestro, aprovechar el aire puro que ya vendrán los malos olores.

-¡Ssssch, oye! El de las rayas azules y negras –le dijo a la camiseta de la izquierda.
-¡Pero qué te has creído! ¡A mi me tienes que hablar de usted! ¡Valiente niñato! En mis tiempos si…

El niñato monstruo se encogió de hombros y fijó la vista al frente, durante un rato ni siquiera pestañeó, hasta que de repente se le puso una sonrisa malévola en la cara mientras pensaba en lo que le iba a hacer al niño que le había colgado allí.

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Foto de Félix Albo 

DESGRACIA

¡Qué desgracia! Todo lo que era redondo, perfecto,
tus pupilas donde me ahogo cada noche,
las manchas de las botellas de vino sobre el mantel,
esas ollas donde mi madre cocinaba las albóndigas del domingo,
las ondas que dibujaban las gotas de lluvia en los charcos frente a tu casa,
el trasero de la mujer del frutero, majestuoso entre tomates y naranjas,
las sandías de verano a punto de reventar de jugo,
todo palideció aquella noche cuando salió ella,
aquella luna tan llena.
Tan redonda era, tan arrebatadoramente esférica,
que desde entonces lo demás me parece ligeramente ovalado.

PALABRAS LUNERAS


Mira papá -le dijo el niño de ojos grandes- la luna está completa

Se dice llena -le repuso el padre acariciándole el pelo y compartiendo una sonrisa y la dirección de la mirada. 

Llena siempre está; a veces de nada, a veces de leche, pero hoy está completa. ¿No la ves? ¿No ves que no le falta de nada?

Y era verdad. Esa noche, a la luna inmensa, no le faltaba de nada.

LUNA

-No sabría qué decirte, es… redonda

-¿Es alta?

-Sí

-¿Guapa?

-Mucho

-¿Ya te has acostado con ella?

-Sí, claro

-¿Sabe cantar?

-No, solo baila un poco

-¿Es tímida?

-A veces, tiene sus días

-No me digas más…variable y exigente ¿no?

-Variable sí, pero exigente…no.

Haga lo que haga estará conmigo, así, como es ella,

redonda y guapa.

SE ME ESCAPÓ


Desde pequeñito los globos le habían fascinado. Cuando le preguntaban que qué quería de regalo él siempre decía que un globo. Así su casa y su vida se fueron llenando de globos de todos los tamaños, formas y colores. Aprendió globoflexia, para modelar el aire, y sentir los globos.
Soplaba e hinchaba todo aquello que se podía llenar de aire, bolsas de plástico, de papel, guantes, preservativos, tripas de embutidos…

Tal era su obsesión que en cuanto pudo se hizo globero, y todo el mundo le podía ver en la Plaza del Soplo, llenando globos de helio.

Se enamoró de la Luna. Después de tanto tiempo allí arriba, por fin la había reconocido. Era aquel globo que se le escapó de niño. Había crecido y estaba más guapa. Cada noche inflaba un ramillete de globos y como flores al viento los soltaba al vacío para regalarlos a su amante. Veía ascender los ramos de globos hasta ella, y cómo ésta le sonreía.

Dicen que una noche se infló de helio, sus pies se despegaron del suelo y comenzó a elevarse al encuentro de ella. Dicen que desde entonces la luna ya no se oculta.

NUNCA MÁS


Quiere ser arena arrastrada en un torbellino por un huracán, agua diluida en un mar inmenso. No necesita epitafios. Quiere ser la nada, desapareciendo como si nunca hubiera existido. Quiere olvidar el amor, el odio, la pasión, los sentimientos que tironean de su corazón, haciéndola dudar. Porque no es nadie. Porque no es nada. Porque no quiere sentir, porque no quiere llorar, porque no quiere amar nunca jamás. Quiere ser inconsciente de su cuerpo, que responde a la llamada. Y se niega a responder. Otra vez no. Nunca, nunca más.
Y llora. El viento seca sus lágrimas golpeando sus mejillas con su furia, dañando su piel, dañando su yo. Y le duele su dolor. Y le duele su vida. Y le dolerá su muerte. Aprieta los puños golpeando el vacío, sin alcanzar a su verdugo que ríe, esquivando sus débiles intentos por devolver los golpes. Y esa risa sardónica, la empuja más al borde del abismo. Porque no quiere que la locura se aposente en su interior convirtiéndola en una pobre loca, objeto de lástima y de burlas, mientras los demonios tiran de los hilos de su imaginación, después de expulsar a las hadas, usurpando su lugar.
Y sus manos se aferran a la roca, esperando una respuesta, un aliento de vida a su no vida. Una señal que marque el principio o el final, que decida si su suerte ya está echada. Cierra los ojos apoyando la cabeza en sus brazos, dejando que el sueño levite sobre ella, cubriéndola con su manto, dándole consuelo por unos minutos preciosos, en los que pueda olvidar como se siente y la decisión que ha de tomar. Mientras, en el firmamento, la luna decide ser dos veces luna en este mes. Luna azul…por ella, por ellas.

Escáner

Hacía un frío de muerte. Llegó al aeropuerto de Heathrow tres horas antes de la partida de su vuelo a Washington. Se dirigió a los mostradores de American Airlines y despachó las tres maletas. Pagó el exceso de equipaje, pidió ventanilla y le dieron las indicaciones precisas para llegar a la puerta de embarque. Mientras hacía la cola para embarcar, se le figuró aquel laberinto el de algunas prisiones, ideado para desconcertar, desubicar, desquiciar... Era su turno. Se quitó el reloj de pulsera, el cinturón, los zapatos y colocó la bandeja en la cinta del sensor. Luego atravesó el escáner. Pip, pip, pip... Volvió sobre sus pasos, y otra vez... Pip, pip, pip... El funcionario observó la imagen redonda y luminosa sobre fondo negro. Era tan bella y atractiva que no pudo evitar contemplarla largamente. Después lo dejó pasar, sin preguntas. A partir de aquel día el trabajador del aeropuerto no hace más que buscar en el interior de los pasajeros una hermosa luna llena.

Reflujo

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Blanco, rojo, cegadores los dos. Estridencia conjunta que me descompone. Pero no. Me cubro los ojos, me agarro el adbomen y me esfuerzo de nuevo, afán de hormiga, tenacidad de gota, convicción de marea, en reconstruir el pulcro, silencioso paisaje de la luna nueva. Negro paciente, dolorido, opaco, pero venda retirada, descanso al fin, por fin, una vez más. Y abrir los ojos...
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Sin título


El oficial de policía me preguntó si me sentía bien. No le respondí. 

Yo la he visto. Entró en mi dormitorio sin pedir permiso. Ni él ni nadie me harán decir lo contrario. 

Es pequeña, tiene los ojos oscuros y un corazón reticente que sólo late para provocar al mar. Dice que cada vez que lo mira, él se crece invadido por un amor de colegial. Y que cuando ella lo ignora, se retira avergonzado por haberse expuesto a su desprecio. 

Señor policía, ¿Qué más quiere que le diga?, yo estaba pensando de qué manera conquistar el mundo, cuando me miró.