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Diana


Lo conoció un lunes, a primeros de año. Llegó con esos nervios y esa timidez típica de la primera vez. Era un chaval joven, de unos 28 o 32 años. Su pregunta fue sobre el amor. Había conocido a una chica de la que se había quedado prendado.

No tardó más de dos semanas en volver. Tenía una cita con aquella muchcha. Quería saber qué tal le iba a ir. Le iba a ir bien, dijeron las cartas.

En cuestión de dos meses, conforme comenzaron a frecuentarse sus encuentros con Diana, que así se llamaba aquella preciosa muchacha de melena suelta y piel sedosa, sus visitas iban repitiéndose semanalmente. Tras el primer beso, dulce madroño, venía los lunes y los miércoles. Visitas largas, que se pasaban entre lo que él contaba y lo que las cartas argumentaban. La primera vez que hicieron el amor, en el jacuzzi de aquella casa rural inmersa en un campo inmenso de almendros en flor, al borde de un balcón desde el que se veía el Mediterráneo a lo no muy lejos, provocó que tres días a la semana de visita fueran pocos para que las cartas hablaran. Pero con tanta periodicidad, las cartas tenían poco que decir. Él era el que hablaba. Pero con tanta periodicidad, entre las visitas a las cartas y su trabajo, poco era el tiempo que le quedaba para compartir con aquella, resplandeciente como el sol. Con tanta periodicidad, él tenía también poco que contar.

Una tarde, se hizo el silencio. La sala, más fría de lo habitual, tomó un aspecto sepia, sienna. Él no tenía pregunta alguna. Las cartas no tenían respuesta y cayeron boca abajo. La echadora le miró fijamente. Habló entonces desde ella, con sus propias palabras, con la voz más temblorosa que las manos: Las cartas dicen que lo mejor para tu historia de amor es que la disfrutes, día a día. Dicen que exprimas al tiempo la vida, el sabor que lleva dentro. Las cartas dicen que te dejes sorprender por el azar, por ella, tu Diana y por la vida misma.


Nunca más volvió.

La echadora de cartas se encontró con él pasados un par de años. Iba cogido del brazo de aquella muchacha de labios rojo cereza, melena maraña y sonrisa que le brotaba desde dentro. Era más guapa de lo que parecía en las fotos que él llevaba lleno de preguntas. Los vio felices y tras la sonrisa que él le esbozó, se supo enamorada de aquella historia de amor. Enamorada y feliz.

LA TOTI

La Toti no tenía muchas luces. Había nacido con un pequeño retraso que la hacía diferente a los demás. Sin dejar de ser inteligente a su modo, era mas ingenua de lo normal y solía quedarse en la inopia a menudo, antes de que le dieran esos ataques de rabia durante los que era capaz de romper todo lo que había a mano, mientras escupia espuma y ponía los ojos en blanco. No quisieron encerrarla porque no era peligrosa, sólo tonta, como decia su madre a quien quisiera oirla. De todas formas a la familia le venía muy bien tener a alguien que trabajaba en la vaquería de sol a sol, sin quejarse, sin cobrar y haciendo las tareas mas sucias y pesadas. Así pasó la infancia y la adolescencia. Siempre iba mal vestida, sin lavar, a veces descalza y despeinada. Conocía a todo el pueblo y saludaba entusiasmada a los que se cruzaban con ella por la calle. Desde que se hizo mujer, ese entusiasmo era mayor con los mozos, a los que abrazaba y trataba de besuquear mientras metia las manos donde podía . Dicen que en esos años de ardores, mas de un inescrupuloso se la benefició en la huerta que rodeaba la vaquería. Ahora la Toti ya es vieja y ha engordado. Anda por las calles mal vestida, sucia y despeinada como siempre.Desde hace tiempo lleva consigo una baraja de tarot. Sentada en las escaleras de la plaza de la iglesia, pasa las cartas una a una mirandolas con atención. Le parecen estampas muy bonitas, pero no consigue averiguar a que santos representan. 

EL ERMITAÑO

Sentada en la mesa camilla, acalorada por el brasero de cisco, con la mirada fija en los rayos de sol del tapete y la mente volando a momentos pasados que le iban recordando las cartas del tarot que seleccionaba sobre el cristal caliente, en esto que le salió El Ermitaño y se quedó paralizada, sin saber si soltar otra carta y seguir con sus pensamientos o hacerle caso al Tarot y no pedirle más. Porque si sobre La Emperatriz guapa e inteligente le había caído un Ermitaño cargado de razón y conocimiento para qué iba a seguir tentando a la suerte. Estaba en esa diatriba cuando de pronto se abrió de golpe la ventana y a la chica le dio un AIRE y se quedó tal como estaba, con la boca ladeada, el labio mordido, los ojos saltones y perdidos en el espacio, la nariz encogida, los brazos paralizados y las piernas flojas. Y es que aquel Ermitaño era un censurador resentido.

Madame Leonie



Nunca te llevé a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones... J.CORTAZAR


Hoy fui a ver a madame Leonie y llevé en el bolsillo a Déjà vu la muñeca de madera que me regalaste. No he podido evitarlo y la he pellizcado más que nunca. Tuve miedo, después de subir los dos primeros pisos quise regresar corriendo a casa y esconderme dentro de algún baúl, no sé por qué, pero tuve la sensación de que no los volvería a bajar nunca más.

Madame Leonie se ha mudado al edificio de enfrente. Aquel edificio es muy frío, la puerta de entrada está rota y llena de astillas. Al subir me crucé con una mujer que tenía el rostro cubierto con un pañuelo, se detuvo y me miró fijamente, yo no pude reaccionar, entonces comencé a pellizcar frenéticamente a la muñeca.

Cuando llegué a su puerta me limpié las palmas de las manos con saliva, y es que llevo la cuenta de los días de tu ausencia marcados en palitos con tinta roja. Mejor con las palmas limpias, mejor...

Tantas veces me habías hablado de ella. Yo esperaba ansiosa que bajaras del edificio para contarme lo que te había dicho aquel día. Sé que no debí haber ido antes de tu regreso, pero no pude más; el sueño de su mirada y sus manos sobre mis ojos se hizo infinitamente repetible desde la noche en que partiste.

Me senté y esperé mi turno, mientras tanto escuché historias inverosímiles de viajeros, de fortunas, de amantes; tan inverosímiles como mis sueños. La gente me miraba como si reconociera algo en mí.

Después de media hora ya estoy frente a ella. Me toma la mano. No me ve, pero lo sabe todo. Sabe que vine porque tú no estás, de otra manera no hubiera llegado aquí. Me reflejo en sus ojos dormidos, la muñeca en mi bolsillo se inquieta más que yo.

Madame Leonie se levanta y a tientas se limpia la legaña con un pañuelo viejo, espero. Las paredes y la mesa, el suelo y los demás muebles están marcados con palitos en tinta roja y en medio de sumas y sumas está el retrato de un hombre sin rostro que se me hace familiar.

Ella regresa y me pregunta: ¿Has probado con la luz de la vela antes de venir aquí? Asiento con la cabeza, aun sin entender porque adelanta su pregunta a la mía, soy yo la de la visita. Soy yo la quiere saber porqué aquellos sueños impertinentes, porqué sus ojos ciegos me miran cuando estoy dormida, soy yo la que quiere respuestas.

Ella lo sabe, sabe que yo también hago premoniciones. Me pregunta de las flores, del mar, de mi sueño, de la noche en que partiste, del último abrazo y no puedo quedarme en silencio y le digo lo que veo, le digo lo que no hay, le digo lo que vendrá, le digo de mi, de ti, de ella. Entonces en medio de aquella vorágine me veo en aquel edificio viejo, ciega y con los cabellos blanquecinos. Me aprieta las manos y no puedo liberarme.

Tú lo sabías, por eso nunca quisiste que fuera donde ella, sabías lo que escondía. Ahora sé que no volverás de aquel viaje y que yo me quedaré para siempre en este edificio viejo y de puertas astilladas, mirándole las palmas de las manos a la gente, volteando los naipes y contándole sus propios sueños, mirándolos con mis ojos dormidos…

FUTURO INCIERTO

La vidente del entresuelo del nº 3 del passage des Abbesses, en Montmatre interpretaba los naipes de forma torpe y sin mediar percepciones sobrenaturales, pero la idea de fallar a sus clientes la llenaba de angustia. Por la noche se le llenaba la boca prediciendo amores, fortuna, trabajos mejores o desgracias para los enemigos. Por el día, agobiada por la culpa, se afanaba en las calles, mercados, talleres y tabernas para que sus predicciones se cumplieran. Provocaba encuentros fortuitos, hacía llegar notas de amor ficticias, desplegaba rumores maledicentes, dejaba oportunos regalos. En suma, intrigando y desbaratando intrigas. Siempre en secreto, moviéndose como una anguila, atando cabos sueltos, construyendo vidas.
Prudentemente, había eliminado de su tarot la carta de La Muerte.

INSTRUCCIONES DE USO

Recuerde, y esto es de suma importancia, que estos naipes sólo pueden ser usados para escudriñar la fortuna
–buena o mala-
y que por lo tanto no deben utilizarse para juegos de azar sustituyendo a las cartas normales de la baraja española, napolitana o de póquer.

No es necesario decir lo imprevisible para el destino
-propio y ajeno-
que supondría el hecho de apostar teniendo escalera que acabe en La Muerte o cantar las cuarenta con El Diablo en las manos.

Cuento Breve

Tírame las cartas!- exigió mientras se sentaba en el sillon frente a ella. 



La tarotista, prefería llamarse clarividente, cogió el mazo con cuidado, lo miró un momento, y se lo lanzó a la cara.


Mientras la clienta se marchaba insultandola por su grosería, ella se encendió un cigarro y sonrió mientras fumaba pensando en lo bien que se siente uno al quitarse de encima a un cliente insoportable. 

El destino está a la vista


Después de pasar años buscando su destino decidió ir a una vidente. 

Al recibirlo la vidente le dijo: su suerte está en la baraja, corte con la mano izquierda y haga una pregunta.

Él cortó con la mano izquierda pero no hizo ninguna pregunta, ya tenía la respuesta.

Desde aquel día el hombre se gana la vida yendo de bar en bar, con una baraja en el bolsillo, apostando con uno y con otro.

La vidente tenía razón la suerte estaba en la baraja, casi nunca pierde una apuesta.

EL DESTINO

Durante años, muchos, se había dedicado a una profesión apasionante. Recorría los pueblos narrando historias. Las garras de la crisis se cebaron en ella, como en tantos otros y, poco a poco, tuvo que ir dejando atrás altas en seguridad social, ivas, asesores, viajes, web, y todo el mundo que había creado en torno a su oficio. Con miles de euros en el aire que los organismos oficiales no soltaban, a pesar de sus denuncias y reclamos, un día decidió romper con todo. Dejó su maleta en un rincón y los cuentos en la estanteria y se compró una baraja de tarot. Hizo octavillas que repartió por la ciudad, y en un cuartito que decoró con velas, telas de colores, una bola de cristal y poco más, empezó a echar las cartas. Sin pagar impuestos, sin declarar nada. 

Hoy, tiene un programa en televisión, en una de las cadenas más importantes, Varias lineas de telefono con "videntes" que en su nombre leen el tarot y sacan los cuartos a los incautos que se atreven a llamar y una preciosa casa en un país caribeño donde se va a retirar en breve, para disfrutar de su enorme fortuna el resto de sus días. 

CUENTO NAVIDEÑO

La vidente, como siempre en Navidad, había dispuesto una copita de anís y unos dulces. Él, como de costumbre, había ido a ver que le depararía el destino. Había estado jugando toda la vida a la ruleta rusa con las cartas y, hasta ahora había logrado esquivarla. Las cartas le habían pronosticado poder, amores, vuelcos en su trabajo, traiciones, viajes…, que o bien la suerte, o bien él mismo condicionado por los naipes, se había encargado de cumplir. Aunque sabía que algún día sus caminos se encontrarían, inexorablemente. Había llegado ese momento, nada más vio aparecer la punta de la guadaña, se le atragantó el polvorón y cayó fulminado.