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VELLO PLANETARIO

Desde que resido en este nuevo emplazamiento me fijo mucho más en las cosas, es como si el tiempo pasase más despacio. Puede resultar ciertamente aburrido pero parece ser que me espera una larga estancia por aquí. Este hecho, sin duda, me relaja y me siembra la pereza en el ánimo. Los compañeros de viaje, oriundos del lugar, son primarios, de poca conversación, más preocupados de comer y copular que de otros entretenimientos más filosóficos o espirituales. Me amoldo a ellos, intento descubrir la bondad de estos vecinos tan diferentes a lo que estoy acostumbrado. Es cierto que temo relajarme en mis costumbres e iniciar una vida disoluta, pero ya dicen: “allí donde fueres, haz lo que vieres”. Descubro con placer lo bien que me estoy integrando aquí. Al atardecer, admiro los reflejos dorados en la hierba que crece sobre mí. Desde luego contribuir a este belleza tan sencilla y cotidiana me hace sentir parte de un todo, como mínimo (no se rían) parte del vello planetario. Sin duda, un camposanto frugal pero encantador.

UN GRAN JEFE


Descubrir como marchaba todo en su tribu y en las tribus cercanas, lo comenzó a consumir, tanto física como psíquicamente, tantos bosques arrasados, animales extinguidos, guerras sin sentido… hacían que envejeciera a una rapidez inaudita, los siglos pasaron en segundos por su vida.


Nadie se percató de la rapidez de aquel proceso, hasta que un día alguien entró en su tipi y encontró su amuleto enredado entre un montón de paja.


El hechicero comprendió el hecho y ordenó que los restos del jefe no serían quemados,  como era la costumbre, sino que lo aventarían para que su alma volara por el cielo.


Y así lo hicieron y cada brizna se esparció por el aire, volaron sobre su tribu y por las tribus cercanas, y a todos los que les cayó una de aquellas hebras les cambio la vida.


Y aún siguen volando, pero no todas caen donde tendrían que caer.

HAY UN MAR

Hay un mar donde no existe el horizonte, solamente existe el mar. La mar. Más allá de esa mar no encuentra el marinero sino más mar. Navega en la cresta de sus olas. Y descansa en su calma. El oleaje marino es el pensamiento enmarañado de una mujer que descansa tras el temporal. y hay otra mujer que mira. Busca un horizonte inexistente. Y siente. No se encuentra en ese infinito donde pierde su mirada, el País de los Deseos. Casi imperceptible, distingue un punto verde a la deriva. Quizás traslade en su interior un mensaje. Del País de los Encuentros.

CON OTROS OJOS


Cuando aquella tarde, sentada ante aquel ondulante torrente  de hierba, la potente Dimetil-5-metoxitriptamina hizo su efecto Silvia se sintió arrebatada por una terrible fuerza succionadora. Justo en aquel momento era picada por un mosquito tigre que, viajando en el viento del delta, había venido a posarse justo en el centro su frente con depredadoras intenciones. De repente su consciencia ordinaria se precipitó en un huracán de indescriptibles sensaciones encontradas. El desmembramiento fue total. Luego vino el vacío. Más tarde aquel latir bombeante, ríos de agua y sangre fluyendo al compás de un gran corazón. Por un eterno instante, unidos por aquella sangre, cazador y presa eran una misma cosa. Después el pequeño vampiro levantó el vuelo colmado de aquel néctar. Y por un instante Silvia sintió que su alma se separaba de su cuerpo y entraba en el del insecto y, viéndose a través los ojos de aquel mosquito tigre, se supo bosque, pradera y mundo. El mosquito, aturdido tras el flash de la picada, reposaba ahora unos centímetros más arriba de aquella frente en un mar de cabellos color castaño claro.