No estás
Llego a casa y no estás. No me acabo de acostumbrar. Toda ella huele a ti y mantiene el orden que tú le distes a las cosas. Me da tanto miedo cambiarlo...
Voy directamente al teléfono. Lo descuelgo, temeroso, inconsciente y esperanzado, a ver si hay algún mensaje en el contestador. Nada. Pienso en mirar el correo electrónico pero me desanimo.
Me hundo en el sillón, que me abraza tratando de consolarme, pero no lo consigue.
Me hundo en el sillón que juntos compramos y desde aquí observo todo nuestro universo.
Se me viene encima.
Nunca entenderé por qué te has ido. Además en este momento. Empezaba todo. Ya teníamos la casa, ya teníamos nuestro espacio, ya teníamos. Cojo alguno de tus libros, incluso lo abro, pero soy incapaz de centrarme. Vuelven los pensamientos.
Y te vas, así, de repente, sin avisar. Sin una explicación, sin una llamada, sin una nota siquiera. Te vas así, sin recoger tu ropa, que aún cuelga de las perchas, sin llevarte tus apuntes que ahí pueblan tu mesa de estudio con el bolígrafo cruzado en la antropología. He aprendido de memoria la hoja que queda arriba, de leerla, de tanto pasar mi mirada sobre tus letras escritas con tu mano derecha acariciando cada letra con mi mirada, buscando una respuesta. Leerlas siempre que las lágrimas me han dejado, en silencio, sentado en tu silla, con mi pierna cruzada por debajo del culo, como tú sólo sabes sentarte durante tanto rato.
Yo no puedo. Al poco se me duerme. Nunca me expliqué cómo podías hacerlo. Como nunca me explicaré por qué te has ido. Así. Dejándome sólo en esta casa que nos parecía ideal y ahora se me viene encima. Esta casa llena no de ti, ni de mí, sino de un nosotros que ahora no tiene ningún sentido. Ninguno.
Y la tele me mira, y el equipo de música me pregunta por tus cds, y el baño. El baño está lleno de ti, de cosas que ni siquiera sé para qué son. Y tu cepillo está al lado del mío, añorando tu boca, como yo. Ahí lo dejaste. Y tiene el mismo sentido que yo, abandonado y por ello inútil.
Tus llaves están en la mesita, donde las dejaste olvidadas la última vez que saliste de casa. Y esperan. Y esperamos. Y a veces te oigo entrar, y sigo los pasos que se acercan a la cama, pero no.
A veces tu recuerdo tiene la desfachatez de acercarse hasta mi cabeza, acariciarme el pelo y susurrarme tu hola amor pero me despierto y no.
Y abro el armario y ahí está toda tu ropa, que toco, y huelo, y ese aroma te juro que me invade y me lleva a ti. Todo el universo tiene esa forma de embudo en el que al final, inevitablemente apareces. Y me saturo y salgo a dar una vuelta, pero miro cómo la gente me mira. No me preguntan por falta de confianza, pero lo harían. También quieren saber.
Si por lo menos te hubieras ido con otro, o con otra. Pero así, sola, sin nadie como excusa.
Los cercanos ni me preguntan cómo lo llevo. Saben que mal. Saben que no quiero que nadie me pregunte. Sólo falta, encima, que anden hurgando. Así que nada. Llaman de vez en cuando, para una cerveza que nunca se da. No quiero. Por si vuelves y no estoy.
Podría ir a verte. Pero no quiero. No sé donde estás. No tengo ni idea. No quiero. Mi madre sí que sabe. De hecho ella sí que te va a ver. Muchas tardes. Me llama y me dice que la acompañe, pero no quiero. Ella te lleva flores, yo no quiero. No puedo.
Te quiero demasiado todavía…
Llego a casa y no estás. No me acabo de acostumbrar. Toda ella huele a ti y mantiene el orden que tú le distes a las cosas. Me da tanto miedo cambiarlo...
Voy directamente al teléfono. Lo descuelgo, temeroso, inconsciente y esperanzado, a ver si hay algún mensaje en el contestador. Nada. Pienso en mirar el correo electrónico pero me desanimo.
Me hundo en el sillón, que me abraza tratando de consolarme, pero no lo consigue.
Me hundo en el sillón que juntos compramos y desde aquí observo todo nuestro universo.
Se me viene encima.
Nunca entenderé por qué te has ido. Además en este momento. Empezaba todo. Ya teníamos la casa, ya teníamos nuestro espacio, ya teníamos. Cojo alguno de tus libros, incluso lo abro, pero soy incapaz de centrarme. Vuelven los pensamientos.
Y te vas, así, de repente, sin avisar. Sin una explicación, sin una llamada, sin una nota siquiera. Te vas así, sin recoger tu ropa, que aún cuelga de las perchas, sin llevarte tus apuntes que ahí pueblan tu mesa de estudio con el bolígrafo cruzado en la antropología. He aprendido de memoria la hoja que queda arriba, de leerla, de tanto pasar mi mirada sobre tus letras escritas con tu mano derecha acariciando cada letra con mi mirada, buscando una respuesta. Leerlas siempre que las lágrimas me han dejado, en silencio, sentado en tu silla, con mi pierna cruzada por debajo del culo, como tú sólo sabes sentarte durante tanto rato.
Yo no puedo. Al poco se me duerme. Nunca me expliqué cómo podías hacerlo. Como nunca me explicaré por qué te has ido. Así. Dejándome sólo en esta casa que nos parecía ideal y ahora se me viene encima. Esta casa llena no de ti, ni de mí, sino de un nosotros que ahora no tiene ningún sentido. Ninguno.
Y la tele me mira, y el equipo de música me pregunta por tus cds, y el baño. El baño está lleno de ti, de cosas que ni siquiera sé para qué son. Y tu cepillo está al lado del mío, añorando tu boca, como yo. Ahí lo dejaste. Y tiene el mismo sentido que yo, abandonado y por ello inútil.
Tus llaves están en la mesita, donde las dejaste olvidadas la última vez que saliste de casa. Y esperan. Y esperamos. Y a veces te oigo entrar, y sigo los pasos que se acercan a la cama, pero no.
A veces tu recuerdo tiene la desfachatez de acercarse hasta mi cabeza, acariciarme el pelo y susurrarme tu hola amor pero me despierto y no.
Y abro el armario y ahí está toda tu ropa, que toco, y huelo, y ese aroma te juro que me invade y me lleva a ti. Todo el universo tiene esa forma de embudo en el que al final, inevitablemente apareces. Y me saturo y salgo a dar una vuelta, pero miro cómo la gente me mira. No me preguntan por falta de confianza, pero lo harían. También quieren saber.
Si por lo menos te hubieras ido con otro, o con otra. Pero así, sola, sin nadie como excusa.
Los cercanos ni me preguntan cómo lo llevo. Saben que mal. Saben que no quiero que nadie me pregunte. Sólo falta, encima, que anden hurgando. Así que nada. Llaman de vez en cuando, para una cerveza que nunca se da. No quiero. Por si vuelves y no estoy.
Podría ir a verte. Pero no quiero. No sé donde estás. No tengo ni idea. No quiero. Mi madre sí que sabe. De hecho ella sí que te va a ver. Muchas tardes. Me llama y me dice que la acompañe, pero no quiero. Ella te lleva flores, yo no quiero. No puedo.
Te quiero demasiado todavía…
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