Yo casi no conocía al abuelo. Vivía muy lejos de nuestra ciudad, y luego supe que la relación con su hijo nunca había sido buena. Cuando entró en la habitación, mi madre tuvo que decirme quién era aquel hombre tan grande que no sonreía.
Traía consigo una bolsa de tela de la que sacó un muñeco articulado que había construido él mismo, tallando trozos de madera, y lo puso sobre mi regazo.
-¿Cómo está? preguntó.
- … Bueno, estable, pero si no encontramos pronto un donante…
El abuelo masticó unas palabras inaudibles, me tocó la cara y se marchó.
Es duro crecer en un hospital. No podría explicar por qué escogí ese muñeco para convertirlo en mi apoyo, en mi confidente, en mi compañero. No sé… no es fácil ser un niño enfermo.
El transplante llegó y salí del hospital. Estudié fuera y acabé viviendo en otro continente.
Ayer mi padre llamó para decirme que el abuelo ha muerto. Nunca conocí a ese hombre, pero ahora pienso en la fuerza que un objeto puede tener para un niño asustado y solo. En cómo otorgamos un alma a aquello que necesitamos.
Hace mucho que ese juguete se perdió. Ahora pienso en él, y brindo por el abuelo.
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