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OCTUBRE

SALTO

Creía que ya había hecho lo más difícil: cortar los hilos, atravesar la ventana del escenario, escapar de la luz de escena… Y sin embargo, todavía quedaba el salto al vacío.

PINOCHO A LA FUGA

Verá carabinero, ya se lo he contado dos veces a su compañero. Soy carpintero y a veces, cuando la faena no aprieta les hago algún juguete a mis nietos o a los niños de la calle, y había hecho un muñeco articulado de un trozo de pino que me había sobrado. Lo tenía ahí, sí ahí mismo, en esa ventana, esperando a que se secase la cola para lijarlo y pintarlo, cuando de repente a empezado a echar humo, se conoce que el cristal ha hecho de lupa, y entonces ha saltado de la ventana blasfemando y corriendo como una centella y se ha zambullido en el abrevadero de la esquina donde se ha apagado. Me ha mirado de manera amenazante agitando el puño y luego ha escapado a la carrera calle arriba.

-Acaban de llegar­ Dijo el otro carabinieri, entrando en el taller.
-Tranquilo maese Geppetto, tranquilo. ­dijo el enfermero que llevaba la camisa de fuerza.

sin título

El titiritero estaba ya a punto, era su momento. Por sus manos habían pasado dragones, cachiporras, saltimbanquis, damiselas, bailarines,... de cartón, de trapo, de lata, de madera, de plástico, de yeso, de cristal... Todo estaba olvidado, ahora estaba él solo, sin figuritas a través de las cuales expresarse, enfadarse, enamorarse, reírse, refugiarse... Su cancerbero particular era aquel pequeño muñeco que siempre había imaginado, pero que nunca llegó a construir por no saber para qué espectáculo podría servir. Y ahora estaba ahí, despidiéndolo mudamente, sin reproches, su ultima visión de este mundo material, como una performance de el alma, de su alma...
O una metáfora de su vida...
O una broma íntima de su inconsciente...

tengo ganas

Tengo ganas de abrazarte, de que todas tus aristas se claven en mi piel, que tus coleópteros invadan mi alma reseca de pena.
Ahí estás. Bastaría acercarme, estirar un brazo y luego el otro, levantarte y atraerte hacia mi pecho.
Tengo ganas de besar tu imprevisible nariz, seguir luego hasta tus dedos y olvidar quién tocó a quién por vez primera.
Pero de tanto tener, tengo miedo: puede que tus hilos y los míos se confundan, que se enreden o se anuden para siempre.
Por eso, sigo aquí tan quieta en mi ventana.

espera y verás

-Si no haces nada malo, cuando crezcas llegaras a ser un niño de verdad como Pinocho. Tienes un buen corazón.
-¿De verdad?- Preguntó el.
-Sí, de verdad- le dijo su hada- Ahora yo me voy, pero tú espera y verás-. Y, efectivamente, ella se fue.
El se quedó y no hizo nada malo. Se quedó recordando la historia de Pinocho, aquel muñeco como él que tantos dolores de cabeza dio a su padre y a su hada, pero como no quería caer en la misma trampa decidió no mirar por la ventana. Por ella se oían gritos, el ir y venir de gentes y a menudo risas, pero no cedió, no cayó en la tentación de mirar, no quería hacer lo mismo que los demás y acabar en la barriga de una ballena. Él tenía buen corazón.
Su hada le había dicho “espera y verás” y él, sin saber que sería lo que vería, se impacientaba. Después de mucho “espera que esperarás”, siguió esperando y cuando empezaba a desesperarse, intuyendo que el desespero no era bueno, y no queriendo hacer nada malo, decidió combatirlo con la esperanza y para no impacientarse más se durmió.
Un día la luz que entraba por la ventana lo despertó. Se sintió extraño. Notó un cosquilleo tan fuerte en su corazón que le vinieron ganas hasta de saltar.
-Espera y verás como se pasan- se dijo- no vaya a ser que mientras salto acabe por no ver lo que tanto espero.
Al cabo de un rato el cosquilleo se convirtió en un hormigueo y vio como de su pecho salía volando un bichito.
-Eh, bichito! ¿Quién eres?
-Me llamo carcoma.
-¿A donde vas?
-Hacia la luz.
-¡Pero en la luz está todo lo malo!
-Pero aquí no se ve nada, todo está oscuro.
-Espérate conmigo y verás. Creceremos juntos.
-No.
-Soy buena compañía, tengo buen corazón.
-Sí, es verdad que era bueno.
-Pero ¿Por que te vas?
-No lo sé. Adiós.
De pronto sintió un gran vacío y le invadió una extraña tranquilidad y sin la impaciencia que despierta la esperanza se quedó dormido como un tronco.

no todo es un juego

De tin marín rasputín
De tin marín cepillín
De tin marín cantarín
De tin marín zapatín
De tin marín tallarín
De tin marín campanín
De tin marín…

Mejor me dejo de tonterías y salto de una vez

como niños



Así que era verdad... ¡sois como niños!
Primero me tomas por un personaje imaginario. Cuando por fin te convences de que soy una forma de vida extraterrestre, me sales con eso de restaurar la cordura planetaria, instaurar la paz universal, reconstruir la ecología terrícola y ¿qué era eso otro...? ¡Ah!, sí, lo de las armas de destrucción masiva. ¿No os parece que todo eso debería estar en vuestras manos? Además, mi gente tiene otros problemas. Nuestros propios problemas. Y no he venido en son de nada, lo que pasa es que la espera se me hace aburrida e interminable y necesitaba charlar con alguien. No soy más que πn8, un espía, quiero decir, un explorador, y sólo estoy aquí para avisar en caso de que el planeta quede vacante.
Ahora vas a olvidar que me has conocido y que hemos hablado, no quiero problemas con Torchwood. Y a tí, que lees esto, más te vale cerrar el pico.

alma

Yo casi no conocía al abuelo. Vivía muy lejos de nuestra ciudad, y luego supe que la relación con su hijo nunca había sido buena. Cuando entró en la habitación, mi madre tuvo que decirme quién era aquel hombre tan grande que no sonreía.
Traía consigo una bolsa de tela de la que sacó un muñeco articulado que había construido él mismo, tallando trozos de madera, y lo puso sobre mi regazo.
-¿Cómo está? preguntó.
- … Bueno, estable, pero si no encontramos pronto un donante…
El abuelo masticó unas palabras inaudibles, me tocó la cara y se marchó.

Es duro crecer en un hospital. No podría explicar por qué escogí ese muñeco para convertirlo en mi apoyo, en mi confidente, en mi compañero. No sé… no es fácil ser un niño enfermo.
El transplante llegó y salí del hospital. Estudié fuera y acabé viviendo en otro continente.
Ayer mi padre llamó para decirme que el abuelo ha muerto. Nunca conocí a ese hombre, pero ahora pienso en la fuerza que un objeto puede tener para un niño asustado y solo. En cómo otorgamos un alma a aquello que necesitamos.
Hace mucho que ese juguete se perdió. Ahora pienso en él, y brindo por el abuelo.

carta de amor

No estás

Llego a casa y no estás. No me acabo de acostumbrar. Toda ella huele a ti y mantiene el orden que tú le distes a las cosas. Me da tanto miedo cambiarlo...

Voy directamente al teléfono. Lo descuelgo, temeroso, inconsciente y esperanzado, a ver si hay algún mensaje en el contestador. Nada. Pienso en mirar el correo electrónico pero me desanimo.

Me hundo en el sillón, que me abraza tratando de consolarme, pero no lo consigue.
Me hundo en el sillón que juntos compramos y desde aquí observo todo nuestro universo.

Se me viene encima.

Nunca entenderé por qué te has ido. Además en este momento. Empezaba todo. Ya teníamos la casa, ya teníamos nuestro espacio, ya teníamos. Cojo alguno de tus libros, incluso lo abro, pero soy incapaz de centrarme. Vuelven los pensamientos.

Y te vas, así, de repente, sin avisar. Sin una explicación, sin una llamada, sin una nota siquiera. Te vas así, sin recoger tu ropa, que aún cuelga de las perchas, sin llevarte tus apuntes que ahí pueblan tu mesa de estudio con el bolígrafo cruzado en la antropología. He aprendido de memoria la hoja que queda arriba, de leerla, de tanto pasar mi mirada sobre tus letras escritas con tu mano derecha acariciando cada letra con mi mirada, buscando una respuesta. Leerlas siempre que las lágrimas me han dejado, en silencio, sentado en tu silla, con mi pierna cruzada por debajo del culo, como tú sólo sabes sentarte durante tanto rato.

Yo no puedo. Al poco se me duerme. Nunca me expliqué cómo podías hacerlo. Como nunca me explicaré por qué te has ido. Así. Dejándome sólo en esta casa que nos parecía ideal y ahora se me viene encima. Esta casa llena no de ti, ni de mí, sino de un nosotros que ahora no tiene ningún sentido. Ninguno.

Y la tele me mira, y el equipo de música me pregunta por tus cds, y el baño. El baño está lleno de ti, de cosas que ni siquiera sé para qué son. Y tu cepillo está al lado del mío, añorando tu boca, como yo. Ahí lo dejaste. Y tiene el mismo sentido que yo, abandonado y por ello inútil.

Tus llaves están en la mesita, donde las dejaste olvidadas la última vez que saliste de casa. Y esperan. Y esperamos. Y a veces te oigo entrar, y sigo los pasos que se acercan a la cama, pero no.

A veces tu recuerdo tiene la desfachatez de acercarse hasta mi cabeza, acariciarme el pelo y susurrarme tu hola amor pero me despierto y no.

Y abro el armario y ahí está toda tu ropa, que toco, y huelo, y ese aroma te juro que me invade y me lleva a ti. Todo el universo tiene esa forma de embudo en el que al final, inevitablemente apareces. Y me saturo y salgo a dar una vuelta, pero miro cómo la gente me mira. No me preguntan por falta de confianza, pero lo harían. También quieren saber.

Si por lo menos te hubieras ido con otro, o con otra. Pero así, sola, sin nadie como excusa.

Los cercanos ni me preguntan cómo lo llevo. Saben que mal. Saben que no quiero que nadie me pregunte. Sólo falta, encima, que anden hurgando. Así que nada. Llaman de vez en cuando, para una cerveza que nunca se da. No quiero. Por si vuelves y no estoy.

Podría ir a verte. Pero no quiero. No sé donde estás. No tengo ni idea. No quiero. Mi madre sí que sabe. De hecho ella sí que te va a ver. Muchas tardes. Me llama y me dice que la acompañe, pero no quiero. Ella te lleva flores, yo no quiero. No puedo.

Te quiero demasiado todavía…