Había llegado cuando todavía era de noche, con la intención de ver salir el sol por el mar, siguiendo uno de esos consejos que le llegaban en las cadenas de internet. Hacía frío. Ya lo sabía, y por eso había ido preparada. También, por si le entraban ganas de quedarse, se había llevado un libro. Era una novela policíaca en la que diversos asesinatos se sucedían cuando una joven trabajadora social ayudada por un policía, investigaba una red de transporte ilegal de personas. Estaba tan metida en la lectura que fue incapaz de leer el drama que se había desarrollado allí aquella noche, y eso que estaba escrito en la arena con letras claras y firmes: las pisadas desorientadas de aquel ejército de desharrapados que habían arribado a la playa por la noche y que ahora estarían muertos de miedo y de frío, escondidos en cualquier rincón de la isla.
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