Aquel libro era tan lúbrico, tan carnoso página tras página, rico en matices pero rayano en lo soez en la frase apropiada, que, acalorada, me fui quitando prendas, apoyando el volumen sobre mi vientre ahora desnudo, acunándolo entre mis piernas con mi respiración agitada. Jubilados y ocasionales bañistas que compartían a mi lado aquella playa de octubre me han ido dejando sola, azorados por mis suspiros (que yo creía discretos). Ya va absorbiendo el libro mi humedad, con tanta avidez como yo absorbo sus afiladas palabras. Espero que la marea suba pronto y sofoque este calor.
juan alfonso légolas
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