La vidente, como siempre en Navidad, había dispuesto una copita de anís y unos dulces. Él, como de costumbre, había ido a ver que le depararía el destino. Había estado jugando toda la vida a la ruleta rusa con las cartas y, hasta ahora había logrado esquivarla. Las cartas le habían pronosticado poder, amores, vuelcos en su trabajo, traiciones, viajes…, que o bien la suerte, o bien él mismo condicionado por los naipes, se había encargado de cumplir. Aunque sabía que algún día sus caminos se encontrarían, inexorablemente. Había llegado ese momento, nada más vio aparecer la punta de la guadaña, se le atragantó el polvorón y cayó fulminado.
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