Nunca te llevé a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones... J.CORTAZAR
Hoy fui a ver a madame Leonie y llevé en el bolsillo a Déjà vu la muñeca de madera que me regalaste. No he podido evitarlo y la he pellizcado más que nunca. Tuve miedo, después de subir los dos primeros pisos quise regresar corriendo a casa y esconderme dentro de algún baúl, no sé por qué, pero tuve la sensación de que no los volvería a bajar nunca más.
Madame Leonie se ha mudado al edificio de enfrente. Aquel edificio es muy frío, la puerta de entrada está rota y llena de astillas. Al subir me crucé con una mujer que tenía el rostro cubierto con un pañuelo, se detuvo y me miró fijamente, yo no pude reaccionar, entonces comencé a pellizcar frenéticamente a la muñeca.
Cuando llegué a su puerta me limpié las palmas de las manos con saliva, y es que llevo la cuenta de los días de tu ausencia marcados en palitos con tinta roja. Mejor con las palmas limpias, mejor...
Tantas veces me habías hablado de ella. Yo esperaba ansiosa que bajaras del edificio para contarme lo que te había dicho aquel día. Sé que no debí haber ido antes de tu regreso, pero no pude más; el sueño de su mirada y sus manos sobre mis ojos se hizo infinitamente repetible desde la noche en que partiste.
Me senté y esperé mi turno, mientras tanto escuché historias inverosímiles de viajeros, de fortunas, de amantes; tan inverosímiles como mis sueños. La gente me miraba como si reconociera algo en mí.
Después de media hora ya estoy frente a ella. Me toma la mano. No me ve, pero lo sabe todo. Sabe que vine porque tú no estás, de otra manera no hubiera llegado aquí. Me reflejo en sus ojos dormidos, la muñeca en mi bolsillo se inquieta más que yo.
Madame Leonie se levanta y a tientas se limpia la legaña con un pañuelo viejo, espero. Las paredes y la mesa, el suelo y los demás muebles están marcados con palitos en tinta roja y en medio de sumas y sumas está el retrato de un hombre sin rostro que se me hace familiar.
Ella regresa y me pregunta: ¿Has probado con la luz de la vela antes de venir aquí? Asiento con la cabeza, aun sin entender porque adelanta su pregunta a la mía, soy yo la de la visita. Soy yo la quiere saber porqué aquellos sueños impertinentes, porqué sus ojos ciegos me miran cuando estoy dormida, soy yo la que quiere respuestas.
Ella lo sabe, sabe que yo también hago premoniciones. Me pregunta de las flores, del mar, de mi sueño, de la noche en que partiste, del último abrazo y no puedo quedarme en silencio y le digo lo que veo, le digo lo que no hay, le digo lo que vendrá, le digo de mi, de ti, de ella. Entonces en medio de aquella vorágine me veo en aquel edificio viejo, ciega y con los cabellos blanquecinos. Me aprieta las manos y no puedo liberarme.
Tú lo sabías, por eso nunca quisiste que fuera donde ella, sabías lo que escondía. Ahora sé que no volverás de aquel viaje y que yo me quedaré para siempre en este edificio viejo y de puertas astilladas, mirándole las palmas de las manos a la gente, volteando los naipes y contándole sus propios sueños, mirándolos con mis ojos dormidos…
Madame Leonie se ha mudado al edificio de enfrente. Aquel edificio es muy frío, la puerta de entrada está rota y llena de astillas. Al subir me crucé con una mujer que tenía el rostro cubierto con un pañuelo, se detuvo y me miró fijamente, yo no pude reaccionar, entonces comencé a pellizcar frenéticamente a la muñeca.
Cuando llegué a su puerta me limpié las palmas de las manos con saliva, y es que llevo la cuenta de los días de tu ausencia marcados en palitos con tinta roja. Mejor con las palmas limpias, mejor...
Tantas veces me habías hablado de ella. Yo esperaba ansiosa que bajaras del edificio para contarme lo que te había dicho aquel día. Sé que no debí haber ido antes de tu regreso, pero no pude más; el sueño de su mirada y sus manos sobre mis ojos se hizo infinitamente repetible desde la noche en que partiste.
Me senté y esperé mi turno, mientras tanto escuché historias inverosímiles de viajeros, de fortunas, de amantes; tan inverosímiles como mis sueños. La gente me miraba como si reconociera algo en mí.
Después de media hora ya estoy frente a ella. Me toma la mano. No me ve, pero lo sabe todo. Sabe que vine porque tú no estás, de otra manera no hubiera llegado aquí. Me reflejo en sus ojos dormidos, la muñeca en mi bolsillo se inquieta más que yo.
Madame Leonie se levanta y a tientas se limpia la legaña con un pañuelo viejo, espero. Las paredes y la mesa, el suelo y los demás muebles están marcados con palitos en tinta roja y en medio de sumas y sumas está el retrato de un hombre sin rostro que se me hace familiar.
Ella regresa y me pregunta: ¿Has probado con la luz de la vela antes de venir aquí? Asiento con la cabeza, aun sin entender porque adelanta su pregunta a la mía, soy yo la de la visita. Soy yo la quiere saber porqué aquellos sueños impertinentes, porqué sus ojos ciegos me miran cuando estoy dormida, soy yo la que quiere respuestas.
Ella lo sabe, sabe que yo también hago premoniciones. Me pregunta de las flores, del mar, de mi sueño, de la noche en que partiste, del último abrazo y no puedo quedarme en silencio y le digo lo que veo, le digo lo que no hay, le digo lo que vendrá, le digo de mi, de ti, de ella. Entonces en medio de aquella vorágine me veo en aquel edificio viejo, ciega y con los cabellos blanquecinos. Me aprieta las manos y no puedo liberarme.
Tú lo sabías, por eso nunca quisiste que fuera donde ella, sabías lo que escondía. Ahora sé que no volverás de aquel viaje y que yo me quedaré para siempre en este edificio viejo y de puertas astilladas, mirándole las palmas de las manos a la gente, volteando los naipes y contándole sus propios sueños, mirándolos con mis ojos dormidos…
1 comentarios:
Cosas de la Maga...y Horacio que?
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