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EL ERMITAÑO

Sentada en la mesa camilla, acalorada por el brasero de cisco, con la mirada fija en los rayos de sol del tapete y la mente volando a momentos pasados que le iban recordando las cartas del tarot que seleccionaba sobre el cristal caliente, en esto que le salió El Ermitaño y se quedó paralizada, sin saber si soltar otra carta y seguir con sus pensamientos o hacerle caso al Tarot y no pedirle más. Porque si sobre La Emperatriz guapa e inteligente le había caído un Ermitaño cargado de razón y conocimiento para qué iba a seguir tentando a la suerte. Estaba en esa diatriba cuando de pronto se abrió de golpe la ventana y a la chica le dio un AIRE y se quedó tal como estaba, con la boca ladeada, el labio mordido, los ojos saltones y perdidos en el espacio, la nariz encogida, los brazos paralizados y las piernas flojas. Y es que aquel Ermitaño era un censurador resentido.

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