La calle del lavadero era una de las más antiguas del pueblo. Hay gente que dice que el pueblo empezó por ahí. Aún así siempre había estado sin asfaltar.
La antigua corporación no la había asfaltado. A pesar de que el grupo de la oposición opinaba que aquello era producto de la desidia y el abandono, ellos opinaban como la mayoría. Consideraban que era un producto de la nostalgia y con el apoyo del vecindario de la calle, determinaron mantenerla de tierra. Eso sí, plantaron dos largas hileras paralelas de Schefflera actinophylla, las chelferas de toda la vida. Una por cada casa.
Una de las primeras decisiones del nuevo equipo de gobierno local fue asfaltar la dichosa calle. Para ello, sin contemplaciones, optaron por talar los árboles. No era necesario. Realmente, su transplante era sencillo dada su juventud, pero plantarlos había sido idea de los otros.
En una tarde los talaron casi todos. A la mañana siguiente, uno de ellos, aterrorizado, amaneció agarrado a la cornisa más alta y cercana que quedaba a su alcance.
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