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CUESTIÓN DE PRIORIDADES

Era una cuestión de prioridades, ahí estaba el quid. O quizá más que de prioridades fuese de quien había llegado primero, el árbol o la casa, la semilla o el ladrillo. Él, con su espiritu práctico, tomó partido por el cemento y se había empleado a fondo en la tarea de eliminar aquella remora estúpida que no dejaba avanzar las obras, cortándolo al ras, y cuando volvió a aparecer, sacando hasta las raíces. Ella, con su espíritu soñador, había tomado partido por aquel ser vivo, y, a escondidas hacía pequeños orificios o golpeaba el suelo hasta hacer mínimas grietas, en el lugar en que sabía que latía la vida, después las remojaba con agua de lluvia. El árbol, tenaz, aprisionado bajo el cemento, respondía a aquel amor escapando, brotando por aquellas rendijas, con una alegría y un verdor milagrosos. Aquello no podía seguir así, y hubo que pactar, llegar a acuerdos. Todos salieron ganando, y la que más, la casa, que enamorada, sentía el cosquilleo de aquel torrente de vida atravesando sus muros.

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